Inicio de la vida en pareja
Para la mayoría de las personas, decidirse a vivir en pareja
constituye una de las decisiones más importantes de su vida.
Sin embargo, algunas parejas sucumben a la decepción después
de comprobar que la convivencia no es tan sencilla ni tan
gratificante como esperaban. Muchas veces, las dificultades
que atraviesan estas parejas se deben a la falta de
habilidades de convivencia. La escasa comunicación, el no
saber resolver conflictos o pactar, no divertirse juntos o
no apoyarse mutuamente, provoca la falta de entendimiento y
el progresivo distanciamiento, a pesar de habitar bajo el
mismo techo.
Poco tiempo después de haber iniciado la convivencia, la
mayoría de las parejas, por no decir todas, empiezan a darse
cuenta de que vivir de forma cotidiana en un mismo hogar
requiere de algo más que ilusiones y buenas intenciones para
lograr que su relación funcione bien.
Para empezar, cada uno de los miembros que formáis la pareja
necesitáis enfrentaros al hecho de que habéis dejado de ser
hijo o hija de familia. Ahora sois el compañero o la
compañera de una persona con la que os habéis comprometido.
Cada uno de vosotros es ya un adulto independiente de su
familia de origen y necesita aprender una nueva forma de
relacionarse con la familia que acabáis de formar.
En segundo lugar, el compromiso contraído con la pareja
requiere limitar actividades que antes se hacían libremente
como solteros, para darle ahora prioridad a la relación
entre los dos.
También es importante que establezcáis acuerdos entre
vosotros para regular vuestra nueva forma de vida. Cada uno
está aportando a esta convivencia su propia individualidad
con hábitos, costumbres y formas de proceder adquiridas por
la educación que habéis recibido. Se requiere unir esas dos
individualidades mediante acuerdos tomados en común acerca
de muchos asuntos, como los horarios de trabajo, la
disposición del tiempo libre, la administración del dinero y
muchas cosas más.
Es evidente que al tratar de establecer estos acuerdos van a
surgir múltiples diferencias entre vosotros. Pero si
recordáis que estas diferencias son las que contienen la
riqueza potencial de vuestra relación, seréis capaces de
hacer el esfuerzo que se necesita para lograr el consenso,
aunque esto rompa, momentáneamente, la armonía o
tranquilidad que deseáis tener y os lleve a discusiones en
las que os sintáis incómodos por veros enfrentados a lo que
no os gusta de vosotros mismos. Si los dos estáis dispuestos
a trabajar activamente por vuestra relación y a no dejar
asuntos pendientes que se conviertan en un lastre en el
futuro, os daréis cuenta que los conflictos, grandes o
pequeños, son parte inherente de la vida de una pareja y que
buscarles solución, en vez de negarlos o evitarlos, es algo
enriquecedor que os ayudará a madurar.
La situación contraria, es decir, quedar vinculados
emocional o físicamente a las familias de origen, resistirse
a abandonar las actividades de solteros, no establecer
vuestras propias normas de funcionamiento o huir de las
situaciones conflictivas, buscando distracciones como el
trabajo o las amistades, es vivir esta etapa de manera
equivocada, es obstruir la madurez que puede lograrse y
dejar asuntos inconclusos que van a dificultar, en el
futuro, vuestra relación.
Otro punto muy importante de esta etapa en la vida de dos
personas es que, en un plazo no muy largo, ambos os daréis
cuenta de que no se cumplen las expectativas que teníais
acerca de vuestra relación. Como esas expectativas
generalmente se relacionan con recibir cariño, comprensión,
apoyo a lo que es cada uno, en la medida en que cada cual lo
necesita, el no recibirlo como se desea, produce malestar y
desilusión, y hasta la sensación de haberse equivocado en la
elección de pareja.
A veces, nuestro ego está tan necesitado de todo lo que
esperábamos para darnos fuerza, que no toleramos el no
recibirlo, y en cambio encontramos críticas, confrontaciones
y motivos de malestar, y tomamos la decisión de dar por
terminada la relación a través de una separación que, con
frecuencia, quizás pudiera haberse evitado con una mayor
comprensión y deseos de superación por parte de ambos. Por
desgracia, muchas otras veces se hace imposible la
convivencia por mil y una causas propias y ajenas a la
pareja, y es mejor para los dos poner fin a la relación de
una forma civilizada y todo lo amistosa que las
circunstancias permitan. Tan equivocado resulta romper una
relación sin antes haber intentado sinceramente poner
remedio a los problemas como obstinarse en mantenerla contra
viento y marea.
Una analogía aplicable a esta etapa de la vida de una pareja
sería decir que un hombre y una mujer inician su relación
con un gran estallido de luz que ilumina sin cegar y
calienta sin quemar (el enamoramiento). Esto tiene una
duración breve, y la gran luminaria se convierte en una
fogata que sigue iluminando y calentando pero que requiere
ser alimentada con leña nueva cada día. Sólo que la leña ni
les va a ser entregada a domicilio ni se compra en la tienda
más cercana, sino que es necesario ir a por ella. Esto
significa que hay que ir al bosque, escoger un buen árbol,
cortarlo con las propias manos, partirlo con todo el
esfuerzo que esto implica, hacerlo entre los dos y así
mismo, transportar la madera a casa, almacenarla y después
saber cuánta leña se debe poner en la fogata según cada
momento o situación, para que la fogata no queme la casa ni
tampoco se convierta en un rescoldo que apenas dé un poco de
calor y termine convertida en cenizas.
Identidad
Normalmente, con la convivencia se inicia la etapa de
identificarse como pareja, de dejar de lado el tú y el yo,
que son reemplazados por el "nosotros", donde el compartir
es la fórmula esencial
Lo principal para crear ese "nosotros" es el desarrollo de
la intimidad, que lleva a los dos a mostrarse más
abiertamente. La comunicación juega un papel fundamental en
esa apertura para convertirse en descubridores y no en juez
del otro. Es colocarse en el lugar del otro, entendiendo lo
que piensa, siente y cómo actúa.
Para que la intimidad se desarrolle hay que vencer el miedo
a mostrase a sí mismos con sus temores y vergüenzas, ese
temor a decepcionar al otro, lo cual es un error, porque uno
es amado realmente cuando se muestra tal como es y el otro
así lo acepta.
Comunicación sexual
El lenguaje íntimo de la pareja se expresa a través del
cuerpo, donde la comunicación va más allá de las palabras.
Es una comunicación integral que refleja los más profundos
deseos, temores y necesidades, y que da la posibilidad de
descubrir diferentes facetas de la personalidad.
Hay que considerar el afecto sexual como algo que se debe
aprender. Algunos piensan erróneamente que el hombre siempre
tiene que "hacerlo bien a la primera", como si naciera
sabiendo.
A la mujer, en cambio, históricamente le ha estado prohibido
llevar la iniciativa en cualquier relación sexual, obligada
a ir siempre a remolque de lo que el hombre dictara, aunque
ello le impidiera disfrutar plenamente. En términos
sexuales, la mujer tiene un proceso de excitación más lento,
con lo cual es importante que ella guíe al hombre
señalándole lo que le agrada o le desagrada, haciendo la
relación más satisfactoria. De esta forma, la relación se
hace "con" el otro, y no "a pesar" del otro.
Actitud frente a las disputas
Como dijimos al comienzo, no es extraño encontrar parejas
que poco después de iniciar la vida en común se ven
invadidos por la desilusión. Probablemente, pensaran que
todo el amor que profesan hacia su compañero o compañera
haría imposible la aparición de discusiones y enfados
relativamente importantes. Podría decirse que el amor entre
los dos miembros de la pareja es el bálsamo capaz de curar
las heridas que provocan las desavenencias, pero no una
vacuna infalible, por intenso que ese amor sea. Se debe
tener presente que los conflictos, a veces importantes, a
veces absurdos, son el peaje que hay que pagar para que la
pareja continúe avanzando satisfactoriamente por la
autopista de su relación.
Los padres
La
relación con la familia de origen cambia radicalmente: se
hace más madura y adulta. La madre y la hija se ven ahora
como esposas o compañeras de sus respectivas parejas, y no
sólo como madre e hija.
La
libertad emocional con los padres no se consigue de forma
instantánea, sino que se va logrando paulatinamente. La
pareja debe tomar esta separación como un proceso
sociológico normal. Una separación gradual y nada traumática
permite que entre ambos se desarrolle una identidad común.
Por su
parte, los padres pueden ayudar a la pareja de muchas
formas. Estas ayudas a veces también son necesarias en la
medida que no interfieran con la relación de pareja y no
afecten a su intimidad. Iniciar una nueva vida con otra
persona no debe significar nunca una ruptura drástica con
aquellos con los que hemos compartido nuestras penas y
alegrías hasta este momento.
Para
terminar, debemos recordar siempre que lo principal que
tiene que aprender una pareja que se embarca en la
apasionante aventura de vivir juntos es crear una identidad
común que sea capaz de vencer los contratiempos y
desavenencias que inevitablemente irán surgiendo a lo largo
y ancho de su relación.
Una frágil
unión que se debe cimentar día a día
Cada uno de nosotros
somos un mundo y trasladamos nuestras peculiaridades al
ámbito de la relación de pareja: a unos les gusta mandar
pero otros tienen un perfil más sumiso o conformista, unos
prefieren decidir y otros que decidan por ellos, a unos les
encanta dar y darse al otro mientras que otros parecen haber
nacido sólo para recibir de los demás, unos necesitan más
cariño y a otros les abruman las emociones a flor de piel...
Vamos, que la pareja es un ente peculiar, una institución no
por tradicional menos imprevisible, y formada por dos
miembros a su vez distintos.
Es
fácil convenir en que no hay una fórmula que garantiza el
éxito de la vida en pareja. Cada unión se rige por unas
reglas, normalmente no explicitadas por sus miembros pero
que sirven para mantener viva (en el mejor de los casos,
armónica) la relación mientras dura. Lo que sigue son
sencillas propuestas generales para fomentar la armonía en
la
vida de pareja,
partiendo siempre de dos puntos de partida: la igualdad de
derechos de sus miembros y la promoción de una dinámica
activa, equilibrada, participativa y sincera en el
desarrollo de la relación a lo largo del tiempo.
Efigenio Amezua, experto
sexólogo y teórico de la vida en pareja, define a ésta como
una relación de comunicación que debe organizarse sobre las
bases de sentirse con..., comunicarse con... y compartirse
con... Expliquemos estos conceptos.
Sentir la presencia de la
otra persona en ese camino que ambos han decidido compartir,
percibir su compañía, su apoyo y su incondicionalidad, lo
que no exime a cada uno de la responsabilidad de andar la
parte del camino que le corresponde. Comunicarse desde el
gesto y la palabra, con una verbalidad abierta y positiva,
de quien cree y confía en su interlocutor y con un cuerpo
que se expresa desde la receptividad, la amistad y la
caricia. Compartirse no significa sólo intercambiar cosas,
favores o deberes. Compartirse es darse, mostrarse
involucrado, ofrecer abiertamente la vulnerabilidad de cada
uno en la seguridad de ser entendido, aceptado y querido.
Una rutina de equilibrio y consenso
La búsqueda de la armonía
de la pareja nos mueve a muchos a intentar identificar todo
aquello que conviene evitar y también lo que debemos hacer
cuando surgen los desencuentros. Comencemos por crear una
rutina en la que queden desterrados los silencios con
significados negativos, los enfados soterrados y los
rencores acumulados. En su lugar, hablemos. Pongamos un
diálogo constante y la negociación: el consenso y los
acuerdos. Ante la discrepancia de opiniones, la alternancia
en las decisiones es una buena opción: hoy eliges tú la
película a ver en el cine, mañana decido yo a qué
restaurante vamos. O cada uno va por su lado, por qué no.
Lo importante es mantener
el buen ambiente y evitar los agravios o las
desconsideraciones. No temamos los desencuentros ni las
crisis, intentemos utilizarlos para fortalecer la relación.
Unas buenas habilidades de comunicación nos sacarán de
muchos atolladeros. Puestos a desterrar hábitos perniciosos,
empecemos con la culpabilización. Abandonemos esa caza de
brujas de quién ha sido el culpable, y pasemos a considerar
global y lúcidamente qué parte de responsabilidad nos
corresponde a cada uno en los hechos. Y a la más mínima
duda, preguntemos.
Ceder el paso a los
sobreentendidos, los silencios acusatorios y las
suposiciones genera posos de desconfianza y distanciamiento
que envenenan la relación y resultan difíciles de disipar.
Una pregunta, un comentario a tiempo, frena ansiedades y
malestares y permite que fluya la comunicación.
Otra cosa es cuando surgen
problemas de gran calado (discrepancias profundas en temas
esenciales, relaciones sentimentales con personas fuera de
la pareja, incompatibilidad de caracteres o costumbres,
aburrimiento o cansancio en la pareja...), que requieren
medidas a veces drásticas que no son objeto de esta
reflexión. De todos modos, estas propuestas son también
útiles para encarar situaciones excepcionales o graves que
deterioran gravemente la relación.
Vivir en pareja no debería
significar una actitud de dar sin límites y no esperar nada
a cambio. Eso es una falacia y genera desequilibrios que,
antes o después, terminan pasando factura. En la pareja, al
igual que en toda relación, hay que dar y recibir. Hoy yo,
mañana tú. Vasos comunicantes que se ladean en un sentido u
otro y cuyo fin es mantener la estabilidad. Las
desigualdades pueden dar lugar a situaciones de dominio que
a largo plazo generan insatisfacción al menos en una de las
dos partes.
Hemos de conocer al otro
Conviene que nuestra
pareja sepa qué nos gusta, qué y cómo lo queremos. Hemos de
mantener informada a nuestra pareja del momento que vivimos,
porque no siempre sentimos, ni queremos, ni vivimos lo
mismo: nuestra vida es una sucesión de etapas, y cada una de
ellas tiene sus peculiaridades propias. Somos,
afortunadamente muy distintos, pero también compartimos
cosas. A todos nos gusta que nos respeten, que nos quieran,
que cuenten con nuestra opinión, que nos valoren como
personas en toda nuestra dimensión: como trabajadores, como
hijos, como padres, como amantes, como amigos, como
interlocutores.
El cuerpo es un gran
comunicador y hemos de dejarle expresarse. Si queremos
mantener un diálogo fluido con nuestra pareja, las
relaciones corporales (no exclusivamente las sexuales, sino
también las caricias, los besos, los abrazos) han de ser
cotidianas y satisfactorias para ambos. Adaptémoslas a cada
momento, circunstancia y etapa de nuestra vida. Que formen
parte de ésta porque ayudan a garantizar que la calidez, la
ilusión y la búsqueda del disfrute forman parte de nuestro
código.
"Se hace camino al andar"
decía la canción. La pareja se hace cuando cada día sentimos
que vamos juntos en el mismo camino, comunicándonos desde el
cuerpo y la palabra y compartiéndonos de forma
incondicional. Establezcamos nuestro propio código propio,
basado en la comunicación, la confianza, el respeto, la
ternura y el placer.
Lo que no conviene hacer
|
Esperar a que mi pareja adivine lo que quiero y
necesito, a que se adelante a mis deseos antes de
formulárselos, a que renuncie a su vida personal y
me coloque en el centro de su existencia, a que sea
la procuradora de mi felicidad. |
|
Responsabilizarle de mis frustraciones, de que lo
que obtengo de mi vida de pareja no se corresponde
con mis expectativas, de los cambios que he tenido
que introducir en mi vida. |
|
Competir por quién es más o menos, mejor o peor,
quién le debe más o menos al otro, quién es esto,
aquello o lo otro, quién es el que más pone para
mantener viva la pareja. |
|
Ser infiel al proyecto en común, pero no entendido
exclusivamente como las relaciones sentimentales y/o
sexuales con otra persona sino en su totalidad. Para
no perjudicar a nuestra vida en pareja hemos de
mantenernos leales al compromiso adquirido, trabajar
día a día para reavivar ese proyecto común, intentar
que esa ilusión inicial, ese amor, crezca; o, al
menos, se mantenga y la vida resulte gratificante
para ambos. |
|
Acumular, sin sacarlos a la luz y sin comentarlos de
forma relajada, desaires, desacuerdos, enfados,
reproches, faltas de respeto y desilusiones,. |
|
Dudar de la otra persona. Las fisuras por falta de
confianza suponen el inicio del resquebrajamiento de
la pareja. Es difícil, y muy duro, amar a alguien de
quien se duda. |
|
Permitir o propiciar los silencios ante situaciones
que pueden provocar un desencuentro o bronca.
Positivicemos: una circunstancia crítica puede
ayudar a aclararnos, a adoptar compromisos y
acuerdos. El silencio es el vacío y en éste (aunque
en principio pueda resultar apacible y llevadero) no
hay nada. |
|
Renunciar a formular nuestras quejas, necesidades y
querencias de una forma clara, concisa y directa.
Hemos de mostrar una clara intención de negociar
cambios concretos y de acordar en firme con plazos
determinados, todas las cosas que planteamos. |
|
La ironía, el sarcasmo, la crítica destructiva, el
grito, el insulto, la ridiculización, la
descalificación o el desdén al dirigirnos a la otra
persona. Las formas cuentan, y mucho. La
familiaridad no debe convertirse en ordinariez,
falta de respeto o grosería. Hemos de procurar que
las discusiones tengan un cierto protocolo, unos
límites que no conviene sobrepasar. Todo puede
decirse con un mínimo de corrección y respeto al
otro. Lo cortés no quita lo valiente. -Culpabilizar
al otro de todo cuanto no ha salido como
esperábamos. |
|
Relegar las relaciones sexuales a un plano
secundario. Son imprescindibles para el
mantenimiento del compartir, de la confidencialidad
y la ilusión en la relación de pareja. La carencia
de estas relaciones corporales abonan el desánimo y
la apatía en la comunciación de la pareja. La rutina
y la inercia que la acompaña nos puede llevar a un
callejón sin salida. |
|
Gestionar mal las cosas prácticas. Una vida en común
tiene muchos aspectos tangibles, prácticos y
cotidianos sobre los que hay que llegar a acuerdos.
Hemos de hacer frente a tareas domésticas, gastos y
otros cometidos familiares. Habrá que hablarlo y ver
cómo vamos a organizar los gastos, la distribución
de las tareas domésticas, la crianza de los hijos o,
incluso, las vacaciones. Lo mejor es una negociación
continua que se adapta a cada etapa de la relación. |
|
Creer que sólo existo en cuanto que miembro de la
pareja. La relación es cosa de dos, pero de dos que
suman. Por tanto, empieza por uno mismo y es por
ello que me cuido física y anímicamente, me mimo y
hago de mi vida una vida rica en situaciones,
experiencias nuevas y sensaciones; en esa medida,
aporto riqueza a esa relación. Cada uno tiene su
propia vida y la pareja es la expresión de dos vidas
que se unen para sumar, para aportar la una a la
otra. |
Algunos secretos de los matrimonios felices
Cuando se les pregunta el secreto de la
felicidad de su matrimonio, muchas parejas en esta gozosa
situación lo atribuyen a la suerte. Les parece natural, no
se les ocurre cómo podría ser de otra manera, ya que
tuvieron la fortuna de encontrar a esa maravillosa pareja.
No se dan cuenta de que fue su inconsciente el responsable
de esa elección, gracias al modelo que aprendieron en su
familia de origen, donde —la mayor parte de las veces— los
propios padres tuvieron un matrimonio feliz. También
aprendieron en su primer hogar a ser tratados con respeto y
cariño; fueron acogidos con amor y luego se les impulsó a
ser libres. De ahí que hayan logrado hacer una elección
sana.
¿Pero qué pasa cuando no se contó con la
fortuna de un hogar así?
Quienes vienen de un hogar
desintegrado o una familia disfuncional, ¿no tienen
posibilidades de lograr un matrimonio feliz?
Claro que pueden lograrlo, pero tienen que
lograr primero una madurez básica y luego ser conscientes de
las dificultades que enfrentan, de las necesidades propias,
las del cónyuge y las de la relación, para de este modo
salvar los obstáculos que se les presentan.
Para lograr un matrimonio feliz hay algunos
puntos que son de crucial importancia.
Estos son algunos de los
secretos de los matrimonios felices, según algunos expertos
en el tema.
Estas parejas:
* Nutren constantemente su relación.
* Respetan la individualidad del otro, su
ser, su personalidad, su desarrollo en el mundo.
* Respetan la libertad del otro.
* Reiteran día a día el compromiso que tienen
uno con el otro.
* Son, uno para el otro, los mejores amigos.
* Tienen un intercambio flexible de
posiciones de poder.
Según las situaciones y de
acuerdo con las capacidades de cada quien, a veces uno y a
veces el otro ejerce el liderazgo.
* Aun con el paso de los años se mantiene la
atracción física.
* La relación sexual es libre, espontánea y
satisfactoria.
* Se tocan, abrazan, besan, acarician.
* Tienen sentido del humor, especialmente
cuando se trata de enfrentar sus diferencias.
* Expresan lo que sienten y sus sentimientos
son validados por el otro.
* Dicen lo que se los ocurre; no se
avergüenzan de parecer tontos o ignorantes.
* Dicen claramente lo que piensan cuando algo
no les parece correcto.
* Tienen gestos como llamarse al trabajo,
comprarse flores o pequeños obsequios, decirse “te amo”,
halagarse mutuamente, planear encuentros juntos, momentos
especiales…