Gente
con problemas y gente problemática
La mayor
parte de personas que trabajan en equipo se quejan de sus
relaciones interpersonales. Un equipo relativamente amplio
registra turbulencias constantes: encuentros y
desencuentros, luchas de poder, altibajos emocionales con
repercusión en el conjunto del grupo, etc...Una parte de la
conflictividad entre compañeros puede originarse en las
funciones que tienen encomendadas, pero otras veces las
personas tienen rasgos de personalidad o maneras de ser que
las hacen problemáticas en prácticamente cualquier
organización.
Cuando dos
personas no tienen una jerarquía definida por un organigrama
y tienen que colaborar, se producen cuatro tipos de
situaciones:
Consenso cordial
Ambos profesionales tienen el
mismo nivel, están dispuestos a trabajar de manera
complementaria y se alternan de manera muy dinámica en las
decisiones.
Obediencia cordial
Una de las partes acepta el liderazgo de la otra y ambas
sintonizan perfectamente, estableciéndose muchas veces un
"pacto secreto".
Consenso forzado
Cuando dos profesionales de igual jerarquía se enfrentan, a
la larga pueden pasar dos cosas: a) uno de ellos abandona la
pelea y se estabilizan las posiciones mediante un pacto o
sencillamente por mutua evitación; o b) se hace
imprescindible establecer reglas más o menos habladas, en
función de la gravedad del enfrentamiento.
Obediencia forzada
Cuando hay una jerarquía establecida entre los dos
profesionales y a pesar de ello el que está en posición
subordinada se niega a colaborar, se inicia un juego de
despropósitos que suele ser muy negativo para la empresa. El
mismo hecho de no compartir o esconderse la información
conduce a desaprovechar oportunidades e ideas.
RASGOS QUE DIFICULTAN EL TRABAJO EN EQUIPO
La primera
explicación cuando alguien fracasa en un equipo es el típico
comentario: "no servía para este puesto". Con ello indicamos
una causa interna de fracaso, por ejemplo, falta de
preparación técnica. Otras veces el profesional enferma o se
ve envuelto en problemas de tipo personal que disminuyen su
eficacia. Sin embargo, estos dos factores no son, con mucho,
los de mayor importancia. Por lo general, un profesional no
se adapta a un equipo por problemas de personalidad y
confrontación con la cultura de la empresa. Examinemos estos
factores internos y externos.
Causas internas de fracaso
(Por
orden de importancia)
PERSONALIDAD
|
Muy susceptible e hipersensible a las críticas.
|
|
Exceso de ego: intrusivo, invade la intimidad de los
compañeros. |
|
Egoísmo. |
|
Inestabilidad emocional. |
|
Frialdad emocional. |
|
Dogmático, rígido. |
|
Mal comunicador. |
|
Hiperresponsable. |
DESADAPTACIÓN DE ESTILO
|
Falsas expectativas u objetivos. |
|
Basarse en experiencias previas que no sirven en la
situación actual. |
|
Instrucciones incorrectas recibidas de superiores.
|
|
Percepción incorrecta de la empresa y entorno.
|
|
Minusvaloración de los subalternos y colaboradores.
|
|
Incapacidad para asumir un rol transformacional.
|
FALTA DE
PREPARACIÓN TÉCNICA
PROBLEMAS PERSONALES
|
Enfermedades de familiares |
|
Enfermedades somáticas o psíquicas. |
|
Otros: divorcio, inestabilidad familiar, etc.
|
Causas externas de fracaso
MISIÓN
IMPOSIBLE
|
Objetivos inalcanzables por evolución mercado.
|
|
Falta de los medios inicialmente prometidos.
|
PRESIÓN
ÉTICA
|
El contexto de la empresa obliga a despidos,..
|
|
Recibimos instrucciones superiores "no éticas".
|
FALTA DE
ESTÍMULO
|
Económicos. Ganamos lo mismo independientemente de
nuestro rendimiento. |
|
Falta de carrera profesional. |
|
Faltan objetivos estimulantes. |
ESTRATEGIAS DE DERRIBO y/o FALTA DE APOYO
|
De los superiores. |
|
De los compañeros. |
|
De los subalternos. |
Lo que
diferencia un profesional normal de un profesional
problemático va a ser justamente su capacidad de adaptarse.
Veamos este perfil de personas incapaces de adaptarse,
personas que vayan donde vayan acaban siendo personas
problemáticas.
PROFESIONALES PROBLEMÁTICOS
Como regla
general, podemos afirmar que cualquier rasgo excesivamente
pronunciado en nuestra manera de ser, a la larga va a
reportarnos problemas, sobre todo si ocupamos un puesto de
coordinación o dirección. Ahora bien, sin hilar tan fino
algunos profesionales tienen un tipo de personalidad que les
conduce invariablemente a sucesivos fracasos e incluso
pueden provocar enfermedades en el conjunto de la
organización.
Vamos a examinar tres perfiles muy típicos de profesionales
con problemas: el narcisista, el sensible y el límite o
inestable. Los tres introducen graves distorsiones en la
vida de cualquier organización.
Una buena parte de personas tienen rasgos de personalidad
problemáticos pero suelen compensarlo con inteligencia y
otras virtudes.
Profesionales con rasgos narcisistas
El
narcisista es una persona con sentimientos de grandiosidad,
necesidad de despertar admiración en los demás e incapacidad
de empatizar con la gente, es decir, incapacidad por tener
aprecio genuino por otras personas.
Esta carencia de afecto genuino no va a impedir al
narcisista declararse enamorado o asegurarnos que siente un
aprecio a nuestro trabajo y a nuestra persona, pero su
querencia es siempre interesada. Lo que en verdad le motiva
es sentirse admirado y atendido por los demás.
Sobreestima sus capacidades y presupone que todos coinciden
en valorarle como él mismo se valora. Suele también
fantasear sobre sus logros, sobreestimando su aportación y
despreciando la de los demás.
Cuando el profesional narcisista no tiene responsabilidades
de liderazgo ni directivas, puede intentar desplazar al
líder del grupo atrayendo hacia sí a los elementos débiles
del grupo, a los que mima para recibir sus elogios. Pero
cuando tiene responsabilidades directivas puede ser
sumamente peligroso para una organización. Para empezar va a
rechazar cualquier amago de crítica e incluso puede tomar
medidas en contra de aquellos que se han atrevido a
criticarle. Otro detalle interesante para detectar a los
narcisitas es esta facilidad con la que quedan heridos por
las críticas más suaves.
En
ocasiones pueden tener una gran capacidad de trabajo y
sacrificio. Pero en realidad les mueve siempre una ambición
personal.
El narcisista inteligente es un manipulador exquisito de la
relación interpersonal. Va a hacernos creer que le
importamos mucho, pero en realidad somos un peón para su
juego particular. Cada persona tiene asignado un valor
específico en su estrategia.
Otra pista significativa para detectar a un narcisista es
justamente el desprecio que muestra hacia la gente sencilla
que "no pinta nada".
El narcisista orienta sus relaciones interpersonales de
manera muy operativa. Las amistades se hacen según el
provecho que se puede sacar de ellas, y eso es válido
incluso a nivel de sus relaciones íntimas: la pareja es un
medio para reforzar su autoestima. Es más, los buenos
sentimientos (solidaridad, preocupación por la situación de
un compañero, etc.) pueden simularse para impresionar a los
demás o conseguir sus fines, pero nunca son sentidos de
manera genuina.
Los profesionales con rasgos narcisistas pueden descubrirse
PORQUE:
|
Son envidiosos. |
|
Son muy ambiciosos. |
|
Reaccionan mal a las críticas. |
|
Son incapaces de solidaridad emocional (empatía).
|
|
Orientan sus relaciones interpersonales de manera
que puedan sacar provecho de ellas. |
|
Son incapaces de dar estima. |
¿Cómo comportarse y comunicarse con un jefe narcisista?
Guárdese
de las artes seductoras de un jefe narcisista. Puede hacerle
creer que usted es la persona imprescindible para hacer tal
o cual trabajo pero en realidad no es así. Los narcisistas
atraviesan frecuentes crisis depresivas. La más pequeña
crítica puede hacerles contactar con la realidad, y entonces
se desencadenan crisis profundas. En tales casos pueden
encauzar sus sentimientos de tensión e irritabilidad en
forma de agresiones hacia los demás, tildándoles de
incapaces. Estas reacciones suelen ser totalmente
desproporcionadas en relación a los hechos que motivan su
reprimenda. Algunas normas prácticas para tratar y
comunicarse con este tipo de jefes narcisistas:
|
No se deje manipular. |
|
Ponga coto a las exigencias de su jefe narcisista.
Hágale entender sus límites como ser humano.
|
|
Evite formar parte de aquellos que están a su
alrededor aplaudiéndole porque a la larga ese tipo
de directivos caen en desgracia y junto a ellos todo
aquel que le seguía y vitoreaba. |
|
Cuando el jefe narcisista le pida algo imposible
trate de negociar su petición de una manera
realista. |
|
No espere un reconocimiento de su trabajo.
|
|
Comuníquese con el jefe narcisista tratando de ser
cordial y sin destacar. |
Un
narcisista difícilmente tiene solución, a menos que cambie
de una manera muy profunda. En todo caso he aquí algunos
ejercicios "imposibles" para un narcisista:
|
Interesarse genuinamente por los demás. |
|
Pensar en los subalternos brillantes y potenciarlos.
|
|
Aprender a aceptar las críticas e incluso
provocarlas. |
|
Mitigar el rencor. |
Profesionales con rasgos sensibles/paranoicos
La
característica esencial de la persona con rasgos de
hipersensibilidad o paranoides es la desconfianza y el ver
amenazas por todos lados. Suelen ser profesionales
introvertidos, voluntariosos e hiperresponsables, muy
metidos en sus cosas y poco amantes de reuniones
multitudinarias. Cuando tienen que hablar en público suelen
ponerse bastante nerviosos, sobre todo por el temor a que se
burlen de ellos. Al igual que el narcisista, comparten el
rencor como un resorte defensivo.
Los rasgos más descriptivos son por tanto, la
hipersensibilidad y suspicacia pero también la falta de
emotividad manifiesta. Este tipo de persona resulta fría y
distante, no tiene sentido del humor y no manifiesta
actitudes tiernas o emotivas. En realidad se ve impulsada a
esta frialdad como una defensa ante su propia fragilidad.
Los profesionales con rasgos paranoides suelen descubrirse
PORQUE:
SON
DESCONFIADOS:
|
Suspicaces, creen que se conspira en su contra.
|
|
Temen ser traicionados y buscan "señales de
amenazas". |
|
Son reservados y evitan las críticas. |
|
Pueden tener intensos celos profesionales y
personales. |
SON
HIPERSENSIBLES:
|
Fácilmente se sienten ofendidos y humillados.
|
|
De cualquier cosa "hacen una montaña". |
|
Están en permanente tensión "por si acaso".
|
IMPERMEABILIZAN SUS EMOCIONES:
|
Toman como virtud ser muy objetivos y poco dados a
las emociones de ternura (lo cual creen que es una
debilidad). |
|
Aparentan frialdad porque en el fondo son frágiles.
Sin embargo, pueden aprender a ser despiadados.
|
|
No tienen sentido del humor. |
|
Les cuesta participar en grupo, a menos que ocupen
una posición dominante. |
|
Pueden ser egoístas y distantes. |
Ahora
bien, no todo es negativo:
|
La persona hipersensible puede superar su tendencia
desconfiada y desarrollar la parte positiva de su
manera de ser. En tal caso sus compañeros le
considerarán un observador penetrante y capacitado.
|
|
Las personas hipersensibles que logran superar la
suspicacia están dotadas de un sexto sentido de gran
valor. |
|
La insensibilidad que muchas veces demuestran estas
personas se debe, en el fondo, a una defensa, porque
tienen pánico a las emociones. Pero cuando tienen el
valor de afrontarlas, pueden incluso desarrollar
sobreactuaciones. Cuando encauzan su frágil
emocionalidad hacia una utopía pueden desarrollar
unos niveles de esfuerzo y voluntarismo
extraordinarios. |
¿Cómo comportarse y comunicarse con un jefe de rasgos
paranoicos?
|
Cortesía asimétrica: mostrarse cordial aunque no
reciba ninguna cordialidad del paranoico.
|
|
Sinceridad y nada de excusas: Hay que reconocer los
fallos y disculparse si fuera el caso. |
|
Respeto y nada de bromas. |
He aquí
algunas recomendaciones en el caso de ser paranoide:
|
Debe aprender a relativizar sus sospechas y no
precipitarse en sus actuaciones. |
|
Debe aprender a vivir ignorando la opinión de los
demás y preservando su autoestima de dicha opinión.
|
|
Debe asumir que en un equipo siempre habrá personas
que no van a quererle. |
|
No debe dejarse influir por una sospecha. Debe
comportarse siempre en un tono emocional cordial y
abierto. |
Profesionales con rasgos inestables/ personalidad límite
Estos
rasgos se observan sobre todo en profesionales jóvenes, pues
en el fondo se trata de una falta de maduración de la
personalidad. Consiste básicamente en una frágil autoimagen
que conduce a no saber lo que se quiere ni a quién se
quiere, con fuertes fluctuaciones de la euforia a la
depresión.
El profesional con rasgos de personalidad inestable o limite
es impulsivo en aspectos relativos a su trabajo pero, lo que
es más frecuente, en áreas de su vida personal. Su vida
interior está presidida por impulsos pasionales breves, que
se agotan como por falta de pilas, pero tan intensos que no
sabe renunciar a ellos y que además le proporciona lo único
que realmente le interesa: emociones extremas.
No toleran la soledad. Pueden lanzar proyectos
irrealizables, entusiasmar a colegas, organizar reuniones
inútiles y en el fondo todo es para sentirse rodeados
haciendo cosas.
Los profesionales con rasgos límite pueden descubrirse
PORQUE:
|
Muestran inestabilidad afectiva, con labilidad
emocional acusada. |
|
A veces tienen explosiones de ira inapropiada.
|
|
Sus relaciones interpersonales son inestables e
intensas. |
|
Son enamoradizos pero inconstantes y suelen juntarse
entre ellos. |
|
Son impulsivos y muestran conductas arriesgadas.
|
|
Pasan por ciclos de euforia y depresión, incluso en
pocas horas. |
|
No toleran la soledad ni la inacción. |
|
Tienen muchas explosiones de cólera. |
¿Cómo comportarse y comunicarse con un jefe inestable?
|
Necesitan personas que le ordenen su actividad y
suplan su falta de reflexión. |
|
En el momento en que se les "apagan las pilas" los
colaboradores deben suplirles al frente de la
organización y deben animarles. |
|
Hay que mantenerse apartado de sus caprichos,
evitando ser manipulado o entrar en sus fantasías.
|
|
Evite también creerse todos los proyectos que va a
plantearle. |
Lo
más importante para un profesional inestable es:
|
Aprender a comprometerse en algo. |
|
Aprender a frustrarse, que las cosas cuestan
esfuerzo y tiempo en conseguirse. |
|
Aprender a valorar las razones de los demás, sus
motivaciones y hasta qué nivel pueden tener razón.
|
|
Percibirse a sí mismo
como inmaduros, y necesitados de maduración.
Rodearse de buenos consejeros, personas que suplan
su tendencia desorganizada y atemperen los propios
impulsos. |
La
Envidia
Si la
envidia fuera tiña cuántos tiñosos no habrían, reza un viejo
refrán venezolano. Y es que la envidia, al igual que el
amor, es un sentimiento que ha acompañado al hombre desde el
principio de sus días.
Desde el mismo momento en que la culebra envidiosa hizo que
Eva mordiera el fruto del árbol prohibido, el hombre ha sido
envidioso y envidiado. Pero, ¿Qué es la envidia? Algunos la
definen como el sentimiento de pesar, de ira o de codicia,
por el bien ajeno, que lleva al envidioso a sentir gran
cantidad de emociones negativas por la persona envidiada.
Hay quien la define como una conducta no asertiva acompañada
del miedo a la pérdida de afectos y de posesiones. Otros la
definen como una especie de ira pasiva.
Friederich Nietzsche, en su libro "La Genealogía de
la Moral", define la envidia como el instinto de la
crueldad que revierte hacia atrás cuando ya no puede seguir
desahogándose hacia afuera. Con ella el alma humana se ha
vuelto profunda y malvada, es la fuente de la nueva
valoración: el resentimiento, que se vuelve creador del odio
reprimido y la venganza, del débil e impotente.
La envidia a través del tiempo
Si nos remontamos a la historia del principio de nuestros
días, vemos cómo el primer caso de envidia se presenta con
Caín y Abel.
Según el Génesis IV, Caín, cegado por la ira, se dejó llevar
por la profunda envidia que sentía por su hermano Abel y lo
asesinó.
Saúl, hijo de Kish, quien es considerado por algunos como el
primer Rey de Israel en el año 1.000 a.c., fue traicionado
por Samuel, quien después de ayudarlo en su gesta, se opuso
al desarrollo de la monarquía buscando limitar el poder del
nuevo Rey.
En el libro "La República o el Estado", de Platón, vemos
cómo este filósofo, a través de los diálogos de Sócrates con
los sofistas, definió la envidia cuando explica que el alma
se dividía en tres partes: La primera, aquella por la que el
hombre conoce (la razón o el conocimiento). La segunda, por
la que el hombre se irrita (las emociones). Y la tercera,
tenía demasiadas formas como para que pudiera ser
comprendida bajo un nombre en particular. Platón la define
como la amiga deseosa de la adquisición de gloria y de
lucro.
En este mismo libro vemos cómo los sofistas, llevados por la
envidia que sentían hacia Sócrates, debido a su sabiduría y
su amplia noción del bien y el mal, de lo justo y de lo
injusto, hicieron que éste bebiera la cicuta que le causó la
muerte.
Wolfang Amadeus Mozart fue altamente odiado y
envidiado por la genialidad que desde pequeño lo acompañó en
la composición de música que hacía para las cortes de
Austria en el siglo XVIII, especialmente por Antonio
Salieri, quien arraigó dentro de sí un profundo odio
hacia Dios, pues creía que éste había mandado a "su
criatura" (Mozart) para desplazarlo.
En la película "Amadeus", vemos cómo a través de la
narración cinematográfica, Salieri habla con Dios diciéndole
"eres injusto, vengativo y malo. Te bloquearé, lo juro. Le
haré mucho daño a tu criatura en la tierra hasta donde pueda
hacerlo y voy a arruinar tu encarnación", refiriéndose a
Mozart.
El desarrollo de la envidia
Muchos son los momentos en que la envidia puede aflorar. La
llegada de un hermanito, por ejemplo, causa en el
primogénito sentimientos de envidia, pues la atención y el
afecto de los padres inevitablemente se desviará hacia el
nuevo miembro de la familia. Esta inseguridad puede generar
en el hermano mayor la necesidad destructiva de dominar al
hermano menor. El resentimiento hacia el "hermanito" no
requiere necesariamente un fundamento racional pues éste
puede darse aún cuando la atención de los padres y los
recursos económicos sean abundantes para ambos hijos.
Pero este sentimiento de ira podría surgir cuando existe un
vacío de amor de padres por lo que, en este particular,
tanto el padre como la madre tienen que estar atentos. Sin
embargo, aún cuando la dominación del hermano mayor es más
frecuente no quiere decir que no suceda lo contrario. En
ocasiones el hermano menor puede ser más brillante, más
ingenioso, más locuaz o del sexo preferido de los padres y
puede utilizar estas virtudes para dominar al hermano mayor,
especialmente si la diferencia de edad es poca entre ambos.
Es aquí donde la labor de educación de la autoestima de los
niños por parte de los padres es fundamental y prioritaria
para evitar estos sentimientos de envidia entre hermanos.
La envidia en los círculos profesionales
Pero no solamente en el ámbito del hogar pueden generarse
sentimientos de envidia. Con mucha frecuencia vemos que en
el campo profesional este sentimiento es más generalizado.
En los entornos políticos y artísticos predominan las
intrigas producto de las envidias. En el mundo del
fashion o el modelaje los resentimientos generados por
la envidia son el pan de cada día, pero en todos los campos
profesionales existe el deseo de sobresalir a toda costa,
incluso destruyendo a las personas sobresalientes que son
las víctimas de este sentimiento.
Eduardo Liendo, autor del libro "Los Platos del
Diablo" une su talento al cineasta Thaelman Urgelles
para realizar la película del mismo nombre en la que se
presenta la envidia como una de las posibilidades de esta
obra. Liendo nos comenta que es una película descollante,
pues el sentimiento de deseo de fama y trascendencia a
cualquier precio hace que un autor modesto sienta envidia
por un escritor sobresaliente llevándolo al plagio y al
asesinato. Por su parte, Urgelles manifiesta que "la envidia
es un sentimiento que existe y que está más difundido de lo
que uno pueda imaginarse".
El "mal de ojo"
Con esta denominación los venezolanos le pusimos nombre a la
envidia ¿Quién de nosotros alguna vez no utilizó la
manito de azabache? Nuestro pueblo, creyente del "mal de
ojo", utiliza las llamadas "contras" que evitan ser blanco
de éste. La mano de azabache es sólo una. También
existen los lazos rojos, las bolsitas con dientes
de ajo, los collares con hilo de espina de pescado,
las calabazas o auyamas en nuestras casas y hasta las
pepas de zamuro, que impiden ser víctimas de los
sentimientos negativos unidos a la envidia. Hasta las
personas religiosas usan escapularios.
Envidiosos y envidiados
Cuántas veces no hemos escuchado expresiones como ¡Qué casa
tan bella tiene fulanito... cuánto lo envidio! Y así con
cosas como una automóvil, el éxito profesional, la suerte,
la belleza, etc. que tienen algunas personas. Pero nos hemos
puesto a pensar en cómo es la persona que envidia estas
cosas.
En líneas generales el envidioso es una persona con baja
autoestima que vive deseando el logro, los reconocimientos y
las cosas materiales de los demás. En la mayoría de los
casos son mediocres, tienen poca capacidad para generar
ideas y muy por el contrario les gusta robar ideas. Son
amigos de ganar indulgencias con escapulario ajeno, critican
destructivamente y son propensos al fracaso. Siempre se
sienten víctimas, son desorganizados, menos inteligentes y
en el mayor de los casos son personas pasivas, retraídas y
no liderizan. Les gusta la intriga y el chisme. Es servil,
adulador o jala mecate e hipócrita. Además, la
venganza es su mejor arma para destruir.
Por su parte, la persona blanco de las envidias, por lo
general es exitosa, trabajadora y con una gran capacidad de
liderazgo, producto de una autoestima elevada y de una
profunda creencia en sí misma.
Los envidiados son personas talentosas, con una dosis de
ingenio, capaces de tomar decisiones, asumir retos y
responsabilidades. Generalmente fijan posición ante las
cosas y la vida, pero si se equivocan son capaces de
rectificar, lo que las hace personas con sentido
autocrítico. Son sociables, con buen sentido del humor, de
buen carácter y siempre están dispuestas a colaborar. Tienen
gran amplitud de pensamiento y no ejercen la venganza.
Ahora que ya los conocen, pregúntese en qué lado quiere
estar, en el los envidiosos o en el de los envidiados. La
decisión depende de usted.
El enfoque psicológico
Felícitas Kort de Rosemberg, presidenta de la
Asociación venezolana para el Avance de las Ciencias del
Comportamiento, AVAC, y miembro del Consejo Consultivo de
nuestro programa "Cita con los Psicólogos", explica que en
la psicología contemporánea existen varios puntos de vista
que explican el fenómeno de la envidia. El enfoque
conductual parte de la base de que existen cuatro emociones
básicas como son el placer, la ira, el amor y el miedo. Para
un especialista en psicología conductual, la envidia es una
de las variaciones de la ira.
En este sentido, la persona envidiosa tiene una serie de
características que la incorporan dentro de las personas no
asertivas. Los no asertivos son personas que no se expresan
adecuadamente y no saben confrontar sus problemas a tiempo,
sino que los tienen capsulados y cuando quieren algo no son
claros en sus peticiones y negociaciones, hacen sus quejas
solapadamente, hablan en líneas generales y no son
específicos en su forma de hablar. En su voz se puede
apreciar un tono de súplica y cuando entablan una
conversación, no mantienen contacto visual con su
interlocutor. Viven en una permanente tensión corporal y
tienen poco poder personal.
Para la psicología conductual, cada caso es único y
particular y la persona envidiosa es tratada con encuestas
que miden el grado de envidia que siente en este momento. Se
estudia la persona paso a paso sin interpretar lo que es
ésta, buscando la eficacia en el tratamiento a seguir, para
incorporarla en el mundo de la asertividad, aprendiendo a
tener coherencia entre lo que piensa, siente y hace.
"La evolución del individuo tiene mucho que ver en este
problema de la envidia. En la medida que el ser humano tenga
mayores destrezas, piense mejor, domine sus emociones y sepa
como comportarse en situaciones sociales, en esa medida se
planteará si el envidiar a alguien y desear sus bienes, sus
éxitos profesionales y personales, será una prioridad en su
vida. Si se convierte en una obsesión, se convierte en un
problema importante y si se trata de envidias pasajeras, se
puede decir que es característico del ser humano que puede
querer cosas y desearlas".
La
Mentira
Una de
las actitudes más perniciosas y que más molesta a los seres
humanos es ser víctima de una mentira. Pero cuando se hace
un análisis más profundo de ella, podemos encontrar
sorpresas sobre su verdadera esencia y, sobre todo, en la
importancia que tiene en nuestras vidas en pareja, en
familia, en comunidad, en nuestras relaciones de trabajo. La
mentira, sin duda alguna, es una parte importante con la que
nos enfrentamos cotidianamente en la vida.
El acto de mentir se define como la intención deliberada que
tiene una persona de engañar otra. La mentira viene a ser
simplemente, algo que no es verdad, que no es real.
Clasificación de las mentiras
Existen dos formas fundamentales de mentir: a través del
ocultamiento y a través del acto mismo de falsear. El
mentiroso que oculta, retiene cierta información sin decir
en realidad, algo que falte a la verdad. El que falsea da un
paso adicional: no sólo retiene información verdadera, sino
que presenta información falsa como si fuera cierta.
Para que un acto de mentira se concrete, a menudo, el
mentiroso combina ambas formas de engaño, pero en muchas
ocasiones, se conforma simplemente con el ocultamiento, pues
muchos consideran que ocultar información no es mentir.
Cuando un mentiroso está en condiciones de mentir, por lo
general prefiere ocultar y no falsear. En primer lugar,
porque resulta más fácil: no existen historias que inventar
ni posibilidades de ser descubierto. Por otra parte, el
ocultamiento parece menos censurable. Es pasivo, no activo y
los mentirosos suelen sentirse menos culpables cuando
ocultan que cuando falsean, aún cuando sus víctimas resulten
igualmente perjudicadas.
Por otra parte, las mentiras por ocultamiento son mucho más
fáciles de disimular una vez descubiertas. El mentiroso no
se expone tanto y tiene muchas excusas a su alcance: su
ignorancia sobre el asunto, o su intención de revelarlo más
adelante, o simplemente "se le olvidó".
Existen mentiras que de entrada obligan al falseamiento y
para las cuales el ocultamiento simplemente no basta. Por
ejemplo, si alguien pretende obtener un empleo mintiendo
acerca de su experiencia laboral, con el ocultamiento sólo
no le bastará: deberá ocultar su falta de experiencia pero
además, tendrá que elaborarse una historia de experiencia
laboral previa.
También se apela al falseamiento, por más que la mentira no
lo requiera en forma directa, cuando el mentiroso quiere
encubrir las pruebas de lo que oculta, necesario
fundamentalmente cuando lo que se quiere ocultar son
emociones. Es muy difícil ocultar una emoción actual, en
especial si es intensa. El terror es menos ocultable que la
preocupación. La furia menos que el disgusto. Cuanto más
fuerte sea una emoción más probable es que se filtre alguna
señal pese a los esfuerzos del mentiroso por ocultarla.
Otra forma de mentir, es la que los expertos en el arte del
engaño llaman "medias verdades" o "verdades retorcidas", de
tal modo que la víctima no la crea. En la primera, cuando la
persona engañada emplaza al mentiroso acerca de un asunto,
éste no lo niega, por el contrario le da la razón a su
víctima, pero hasta cierta parte de la historia. La otra
parte es mentira. De esta manera, la persona engañada cree
en la verdad de las palabras del mentiroso.
En el caso de las verdades retorcidas, el mentiroso dice la
verdad de tal modo que la víctima no lo crea, es decir, dice
la verdad falsamente. Es el caso del esposo que llega tarde
a la casa y cuando su mujer el pregunta en dónde estaba,
éste le contesta: "con mi amante, como me acuesto con ella
todos los días, tenemos que estar en permanente contacto".
Esta exageración de la verdad pone en ridículo a la esposa y
le dificulta proseguir con sus sospechas. También servirá
para el mismo propósito un tono de voz o una expresión de
burla.
Se puede hablar de tres clases de mentira: la racional, la
emocional y la conductual.
En la mentira racional, lo básico es que lo que se dice, se
siente o se hace, se contrapone con la verdad racional. Se
falsea la verdad por algún interés. Es más profunda, mucho
más malvada, es la mentira hecha para dañar a los demás. Es
el caso de una amiga envidiosa que le dice a otra que su
marido la engaña con el propósito deliberado de causar daños
en su matrimonio.
La mentira emocional, en la que lo básico es que, lo que se
dice, se siente o se hace no concuerda con la situación
emocional del mundo afectivo. Un ejemplo de esto podría ser
el caso de los esposos que cuando llegan a la casa tratan de
parecer enojados, por alguna mala situación en el trabajo,
el tráfico pesado o cualquier otra circunstancia, cuando en
realidad estaban en una fiesta jugando dominó con sus
amigos, o simplemente pasándola bien con su amante. Tratar
de parecer enojado, no es fácil, pero ayuda mucho si además
se frunce el ceño.
Y el tercer tipo de mentira, que es mucho más elaborada, es
la mentira conductual en la que se trata de actuar o dejar
actuar de forma deliberada para decir que somos lo que no
somos. Es el caso del galán vanidoso de mediana edad, que la
oculta ante su novia o amante, tiñéndose las canas y
afirmando tener siete años menos.
Las mentiras... ¿Tienen patas cortas?
En más de una oportunidad hemos escuchado decir que las
mentiras tienen patas cortas, pues en ocasiones se descubren
más rápido de lo que pensamos. Las mentiras fallan por
muchas razones. A veces, la víctima del engaño descubre
accidentalmente la verdad al encontrar una carta de amor
escondida, una mancha de pintura de labios o al escuchar una
conversación íntima por el teléfono auxiliar que levantó al
mismo tiempo que su pareja.
También puede ocurrir que otra persona delate al mentiroso:
un colega envidioso, una esposa abandonada, un informante
que ha sido pagado, son algunas de las fuentes básicas para
descubrir un engaño.
Sin embargo, la persona mentirosa también se delata por
múltiples pistas como un cambio en la expresión facial, un
movimiento del cuerpo, la inflexión de la voz, el hecho de
tragar saliva, un ritmo respiratorio excesivamente profundo
o superficial, largas pausas entre las palabras, un desliz
verbal, una microexpresión facial o un ademán que no
corresponde.
Ahora bien, ¿Por qué los mentirosos no pueden evitar estas
conductas que los delatan? Las razones son dos: una de ellas
ligada a los pensamientos y otra a los sentimientos.
Mentiras relacionadas con los sentimientos
El hecho de no haber pensado de antemano, programado
minuciosamente y ensayado el plan falso es sólo uno de los
motivos por los cuales se cometen deslices que ofrecen
pistas sobre el engaño.
Los errores se deben a la dificultad de ocultar las
emociones o de inventar emociones falsas. No toda mentira
lleva consigo una emoción, pero las que sí, causan al
mentiroso graves problemas.
Cuando se despiertan emociones, los cambios sobrevienen casi
al instante sin dar cabida a la deliberación. El pánico que
siente el mentiroso de ser descubierto produce señales
visibles y audibles, pues es algo que está más allá de su
control.
Las personas no escogen deliberadamente el momento en que
sentirán una emoción. Ocultar una emoción no es fácil, pero
tampoco lo es inventar una no sentida, aunque no haya otra
emoción que disimular con ésta. En este caso, el
falseamiento se hace tanto más arduo cuanto mayor es la
necesidad que existe de él, especialmente si éste contribuye
a ocultar otra emoción.
Las mentiras relacionadas con pensamientos no involucran
emociones. Son las mentiras acerca de planes, ideas,
acciones, intenciones, hechos o fantasías. Defender la
verdad es mucho más complicado que decir una mentira en este
caso. Por ejemplo, el que plagia oculta que ha tomado una
obra ajena presentándola como propia, mintiendo sin sentirse
culpable.
Mentira y personalidad
Para Roberto De Vries, médico psiquiatra, quien nos
acompañó la semana pasada en el ciclo de la mentira que
realizamos en nuestro programa "Cita con los Psicólogos",
los seres humanos decimos, sentimos y hacemos mentiras en
muchas épocas de nuestras vidas.
"Así, el niño es mentiroso en la misma medida en que sus
fantasías se hagan presentes para confundirlas con
realidades. El adolescente es un mentiroso en la medida en
que su encuentro con el mundo real, cause frustraciones. El
joven es mentiroso, en tanto y en cuanto no se sienta capaz
de confrontar las verdades que le adversan. El adulto es
mentiroso cuando no ha logrado superar los obstáculos que le
ha puesto la vida y por lo tanto para sentirse el triunfador
que nunca ha sido, engaña. Por último, el anciano es
mentiroso cuando no se perdona los errores que ha cometido
en su vida", apunta De Vries.
De acuerdo con esto, en la misma proporción en que el niño
aprenda a diferenciar el mundo real de sus fantasías, que
sepa enfrentar sus diferencias con los demás para irlas
comprendiendo y confrontando en la juventud y la adultez y
en la misma medida en que los ancianos se hayan sentido
valiosos, triunfadores en la vida, se podrá confrontar la
posibilidad de la mentira como una traición destructiva.
"Si esto no se hace, la mentira puede transformarse en un
instrumento de evasión ante la frustración".
Mentira y profesión
Considera De Vries que un escritor tiene que hacer creíble
la historia que cuenta a través de conocimiento racional,
del manejo emocional y de la credibilidad accional.
Un político tiene que hacer creíble su mensaje emocional de
trabajo por el grupo, a través de mensajes racionales,
honestos y de acciones acordes con lo que dice sentir.
Un actor tiene que hacer creíble -a través de sus acciones-
una realidad que le es ajena a su personalidad, a través de
una gran honestidad y de una gran sinceridad.
"Por otra parte, todos los que trabajen con las ciencias y
la tecnología tienen que ser fundamentalmente honestos".
Existen muchas clases de mentiras, entre las que se cuentan
los chismes, los rumores, las murmuraciones y las tan
nombradas "mentiras blancas o altruistas" que se dicen en
casos extremos, como el del niño que pierde sus padres en un
accidente y cuando recobra la conciencia, al preguntar por
ellos, sus médicos le dicen que están bien, pese a que
habían muerto. Pero en líneas generales, la mentira daña la
relación de confianza en la familia, en la pareja, el
trabajo y en general, en todos los aspectos de nuestra vida.
La mentira puede hacer daño a quien la recibe, pero a quien
más perjudica es al mentiroso, pues se convierte en una
persona poco seria, digna de poca confianza y credibilidad.
Muestra de ello es que políticos y empresarios, entre otros,
han sido víctimas de su falsa forma de llevar la vida y su
trabajo. Recordemos aquel famoso refrán que dice "en la
persona mentirosa, la verdad se vuelve dudosa". A eso nos
lleva la mentira.
Patología del
exhibicionismo
Hay adultos que
no superan nunca la fase de exhibicionismo propia de la
infancia y quieren hacer siempre de la mirada ajena un
espejo de su autoimagen.
Todos saben que el colmo del exhibicionismo es un caso de
policía: mostrar, de modo agresivo, los órganos genitales en
público. Es como una forma de decir: "Yo existo y poseo el
objeto permanente del deseo ajeno". La sicología
experimental considera, según los estudios de Dollard,
Miller y Sears, que toda forma de agresión presupone una
frustración. Según eso, la tendencia al exhibicionismo es un
síntoma de inmadurez.
El exhibicionista no se soporta, se cree inferiorizado y por
lo tanto necesita transformar la mirada ajena en lente de
aumento capaz de ampliar su propia imagen. Él sólo se ve en
la mirada del otro, pues ante sus propios ojos se siente
emocionalmente castrado. De ahí su miedo a la soledad, no
sólo a la soledad física, sino sobre todo a la soledad
simbólica, de quien se siente como una llama apagada. El
exhibicionista necesita sentirse siempre encendido, con su
luz proyectada sobre los ojos ajenos.
En la formación de la personalidad, la fase del
exhibicionismo señala el corte del cordón umbilical; es
cuando el niño toma conciencia de la alteridad de las
relaciones humanas. Quiere verse como ser independiente,
dotado de voluntad propia y, al mismo tiempo, centralizando
sus atenciones. Al darse cuenta de que no todas las miradas
imitan a la de su madre, que se centra en él, el niño exige,
por medio del exhibicionismo, que su presencia sea notada.
Como alerta Piaget, el niño se vuelve objeto de su propia
atención y reacciona como si no soportase la idea de que el
mundo mira en otras direcciones. Se podría decir que se
trata de un momento de cambio copernicano en la formación de
la personalidad, en el que la autoimagen ptolemaica -la de
quien se considera el centro del universo- se rompe ante el
sorprendente descubrimiento de que hay incontables centros
mirando en diferentes direcciones. Aunque no todos logran
ingresar a la fase galileana; algunos se hacen adultos sin
poder superar el universo emocional ptolemaico.
En el niño se manifiesta el exhibicionismo por la
desobediencia, necedad, travesuras, gusto en desafiar normas
y costumbres, exposición al peligro físico. En su grito de
independencia y vida, él suplica, inconscientemente,
atenciones que compensen la pérdida inconsolable del cuidado
materno, que hasta hace poco era permanente y protector.
Trata de arrancar aplausos o indignación a quienes se le
acercan, transformando el medio social -esa piscina en la
que fue tirado contra su voluntad- en su escenario. En la
escuela desafía a los profesores y hace lo indecible por
conquistar la admiración de sus compañeros. En la calle se
mete en líos y peleas y enfrenta desafíos -roba frutas en el
predio del vecino, besa por la fuerza a su amiga, fuma,
adopta modas extravagantes- como reivindicando para sí el
estatus de héroe que hasta entonces fue monopolizado por las
figuras materna y paterna.
Extensiones y frustraciones
En la edad adulta el exhibicionismo se caracteriza por la
búsqueda incansable de bienes compensatorios a la castración
emocional. La mansión, las joyas, el auto de lujo, las
funciones profesionales o políticas... todos ellos son
adornos para tratar de encubrir una personalidad enana que
no consiguió afirmarse ante sí misma y que por tanto siempre
se mide por la opinión ajena. En la esfera afectiva el
exhibicionista da más valor a los atributos físicos que al
compromiso objetivo y a la intensidad del encuentro
subjetivo con el otro. Su contraparte es alguien que le
mire, tratando de suscitar envidia ajena, como el niño que
va a la escuela con reloj nuevo, no para saber la hora sino
para que todos queden admirados de su objeto de ostentación.
En el ejercicio de un cargo de dirección, el exhibicionista
siente una necesidad compulsiva de comprobar siempre su
poder, destacándose por la arbitrariedad y transformando a
sus subalternos en meros instrumentos de su soberbia. Se
complace en exhibirse incluso cuando hace algún gesto
magnánimo.
El exhibicionista no se confunde con el vanidoso, aquel que
se reviste de cualidades imaginarias y se juzga íntimamente
como el centro de las atenciones. Ni con el orgulloso, que
se considera intelectual o socialmente superior, aún cuando
asume la postura de parecer un buen oyente. El
exhibicionista es, por desvío de carácter, un extrovertido,
en el sentido etimológico y etiológico del término
(inversión extroyectada). Él exporta hacia los otros su
propia imagen, como si todos se sintieran más honrados al
revestirse de ella.
Carente de sí mismo, siempre quiere sorprender, ocupar todos
los espacios, contemplarse a sí mismo en el altar erigido
por sus gestos espectaculares. No quiere ser sólo
contemplado y adorado por los otros. Insiste en ser
simultáneamente objeto venerado por la mirada ajena y por la
suya propia. En ese sentido, en el centro de sus sueños no
están los ideales que profesa o el amor que jura, sino su
figura misma. Todas sus motivaciones "altruistas" comienzan
y terminan en su ego.
Teniéndose como autorreferente, el exhibicionista es un
eterno insatisfecho consigo mismo y, por tanto, un
perfeccionista. Como si le faltase un miembro esencial de su
cuerpo y fuera necesario recurrir a continuas artimañas para
encubrir y compensar el defecto. Por eso, está siempre
tratando de completarse, en el sentido mcluhiano del
término, o sea, dotándose de aparatos - veloces, potentes,
avanzados- que ensanchen la extensión de su cuerpo. De tal
modo el exhibicionista se complace en suscitar la envidia de
todos cuantos se le acercan y no soporta convivir con quien
se muestra más capaz que él. Ni admite la indiferencia. En
su universo hay lugar para un único sol, rodeado de
satélites sin luz propia.
El ostracismo es la muerte del exhibicionista. Todo, menos
el anonimato. Su infierno es la clausura, la carencia de
bienes ostentosos, la reducción de estatus o la pérdida de
poder. No actúa movido por principios. Su palabra vale hasta
caer el pedestal que lo sustenta. Entre la autoimagen y la
palabra, él salva la primera, pues su relación con el mundo
es preponderantemente estética y no ética, como un actor que
sólo cree en la fuerza del personaje si la escenografía
causa impacto.
El exhibicionista nunca demuestra señales de debilidad,
condescendencia o tolerancia. Revestido de supuesta
omnipotencia, se desculpabiliza de toda acción
inescrupulosa, como si le incumbiese la misión histórica de
innovar los patrones morales. Por lo mismo, no se avergüenza
de sus errores ni se duele del sufrimiento ajeno, pues está
convencido de que los demás no merecen la suerte de poseer,
como él, la estrella de la exhuberancia ilimitada.
En la vida diaria el exhibicionista no dialoga, se impone.
Cuando escucha es con la mente centrada en sí mismo y no en
los argumentos del interlocutor. Cuando habla, cree más en
la fuerza simbólica del sonido de su voz que en la lógica de
su argumentación.
Lo que más teme el exhibicionista es enfrentar las
situaciones- límite de la vida. Para él el dolor, el
fracaso, la necesidad y la muerte son insoportables y, con
miedo al sufrimiento derivado de la decisión de asumirlas,
se escabulle, como si el lado trágico de la vida no le
mereciera respeto. Huye sicológicamente cuando surge en su
camino alguna forma de limitación o de necesidad. Es lo que
el sicoanálisis freudiano califica como negación. Imita al
avestruz, ocultando la cabeza en su propio ego, como si la
vida fuera siempre fiesta, y nunca féretro. Pero como en la
vida la culpa que se contrae por omisión es
incomparablemente mayor que la cometida por trasgresión, el
exhibicionista lucha con sus eventuales sentimientos de
culpa accionando el mecanismo de proyección de su
autoimagen.
Ante la miseria ostenta riqueza; frente a la corrupción se
constituye en paradigma moral; entre tantos hambrientos
malgasta salud; en una situación de debilidad arremete como
fiera. Se ofrece como referencia catártica a todos los que
viven en necesidad. En él todo es completo y los necesitados
lo miran como el niño al Superhombre que encarna sus
fantasías omnipotentes.
Karen Horney mostró que tales proyecciones alucinatorias, en
las que se pierden los límites entre sueño y realidad, son
típicas de situaciones sociales conflictivas en las que el
individuo sólo reencuentra su equilibrio síquico
alienándose. Por eso, el sistema capitalista manipula esa
alineación colocando a las personas en condiciones de
perpetua frustración -riquezas inaccesibles, etc.- y, al
mismo tiempo, ofreciéndoles satisfacciones ficticias, como
en la publicidad y en las telenovelas.
El exhibicionista es, por carácter, detallista. Desde la
hebra de pelo fuera de lugar hasta el cuadro torcido en la
pared, todo le irrita cuando no corresponde a su gusto, pues
él quiere verse en el orden circundante. El mundo es
extensión de su figura. Y el caos es su infierno, porque
estropea el escenario cuyo centro ocupa él.
En suma, el exhibicionista no se admite como uno entre los
demás. Todos, quiéranlo o no, están obligados a contemplar
su venerable figura -fuente de vida y de placer... de él-,
corriente aprisionadora para quienes se dejan subyugar,
espada mortal para quienes se atreven a mirar en otras
direcciones.
El
Perfeccionismo
Buena parte de las personas inmaduras e
inseguras que tienen verdadero pánico al fracaso, aunque
suelen aparecer como personas de éxito y que jamás se
sienten satisfechas por nada, son perfeccionistas. Valoran
las cualidades personales a partir de categorías absolutas y
padecen de verdadera adicción a la perfección, porque son
esclavas del pensamiento distorsionado y dicotómico
todo-nada.
Para decirlo de manera más clara, el
perfeccionista no soporta la idea de cometer errores, cree
que todo debe hacer1o a la perfección y si un trabajo no le
sale p1uscuamperfecto, queda sumido en un estado de tensión
y de nerviosismo que le lleva a considerarse un fracasado o
un inútil. Si comete un error, si cuanto emprende no le sale
completamente bien, si no es el mejor en su trabajo, se
viene abajo, se desmorona y piensa que todo cuanto ha hecho
hasta ese momento, por bueno y meritorio que sea, no cuenta,
no sirve para nada.
A mi entender, el gran error de todo
perfeccionista tiene su origen en la falta de humildad y en
interpretar los errores como un fracaso y no como una
extraordinaria posibilidad para aprender y para ir
mejorando.
El perfeccionista no consigue aceptar
una rea1idad que asume y que ve con claridad meridiana toda
persona con un mínimo sentido común: Que es imposible que
todo, absolutamente todo, sa1ga bien; lo mismo que es
imposible que todo salga mal, rematadamente mal. Comprenderá
el lector que cualquiera que pretenda alcanzar siempre el
absoluto, necesariamente se sentirá insatisfecho y
desilusionado porque nunca considera suficientes los éxitos
obtenidos. Los mayores logros tienen a1gún fallo o
deficiencia y difícilmente la realidad de cada ida se acerca
ni de lejos a lo que espera o imagina el perfeccionista.
Decía al principio que el pensamiento
dicotómico todo-nada del perfeccionista infunde en el ánimo
gran ansiedad y la sensación de un constante fracaso y, en
consecuencia, es paralizante y desmotivador. Para salir de1
laberinto autodestructivo del perfeccionismo es
imprescindible aprender a situarse en un sano y equilibrador
término medio, lo cual significa aceptar que la vida del ser
humano está llena de pequeñas imperfecciones y que no existe
nada absolutamente perfecto, pero no por ello merece menos
la pena vivir la vida con ilusión.
El gran error del perfeccionista es
interpretar los fallos y equivocaciones como fracaso, pero
comete además otros dos errores que le impiden salir de ese
paralizante y desmotivador estado. Uno es que en lugar de
adaptarse a la realidad, pretende en vano que la realidad se
adapte a él, a su modelo ideal. Otro, considerar que optar
por un término medio es tanto como condenarse a la
resignación, a la tibieza y a la mediocridad, lo que le
parece cobarde y humillante.
El perfeccionista tiene que llegar a
ver con claridad que la aceptación de la realidad y la
conformidad de quien espera de la vida lo que pueda
ofrecerle, superándose en lo posible, pero sin perder la
alegría y el disfrute de lo que se es y de lo que se tiene,
es la manera más sensata, sana e inteligente de vivir.
Detallo a continuación algunas
consideraciones que llevan a optar por la excelencia (hacer
lo que se pueda) en lugar de habituarse al perfeccionismo.
A cambio de hacerlo todo bien, el
perfeccionista vive en continua insatisfacción, tensión y
preocupación y, por desgracia, ni es más productivo, ni el
posible trabajo perfecto le produce más felicidad o alegría.
Se convierte en su peor enemigo por la ansiedad que produce
pretender un imposible. Además, se priva estúpidamente de
aprender las sabias lecciones de los fracasos. El
perfeccionista crónico no sólo mantiene una actitud
autocrítica consigo mismo sino con los demás, a los que
difícilmente perdona sus fallos y errores; por eso acaba por
ganarse a pulso la antipatía de mucha gente.
Seguramente en lo más profundo de esa
falta de humildad del perfeccionista se encuentra un ser
humano especialmente temeroso e inseguro que necesita
desesperadamente aparecer como el mejor para llenar el vacío
inferior de la verdadera confianza en sí mismo y del auto
amor.
|