El Ciclo de Violencia Doméstica
			La violencia doméstica puede parecer inesperada, 
			simplemente una explosión relacionada a ese momento y a las 
			circunstancias en la vida de las gentes a quienes concierne. De 
			hecho, sin embargo, la violencia doméstica sigue un modelo típico no 
			importa cuando ocurre o quien está envuelto. El modelo/ciclo se 
			repite; cada vez el nivel de violencia aumenta. En cada etapa del 
			ciclo, el abusador está en pleno control de sí mismo y está 
			trabajando para controlar y debilitar aún más a la víctima. 
			
			El entender el ciclo de violencia y como piensa el 
			abusador ayuda a los sobrevivientes a reconocer que ellos no tienen 
			la culpa por la violencia que sufren y que el abusador es el 
			responsable. 
			Seis etapas distintas forman el ciclo de 
			violencia: la trampa, el abuso, los sentimientos de "culpabilidad" 
			del abusador y su temor a la venganza., su razonamiento, su cambio a 
			comportamiento no abusivo o hasta muy bueno, y sus fantasias y 
			planes para el próximo episodio de abuso. 
			Abuso 
			El abuso puede ser emocional, físico sexual y 
			social (por favor vea los Modelos de Abuso). 
			Culpabilidad 
			Una persona que no es abusiva experimenta 
			culpabilidad de una manera muy diferente a una persona abusiva. Una 
			persona que no es abusiva experimenta culpabilidad hacia la víctima 
			(culpabilidad dirigida a la víctima). Un abusador experimenta 
			culpabilidad dirigida a sí mismo. No se siente culpable o se lamenta 
			por lastimar a la víctima. Quizás se disculpe por su comportamiento, 
			pero su disculpa está diseñada para que él no tenga que enfrentarse 
			a las consecuencias o se le halle responsable. La meta de la etapa 
			de culpabilidad es asegurarse que no lo van a agarrar y no tener que 
			encararse a las consecuencias. 
			Razonamiento 
			El abusador se excusa y culpa a la víctima por su 
			comportamiento. Las excusas comunes normalmente son que el abusador 
			está borracho o que abusaron de él cuando era niño. Esto tiene 
			sentido para la mayoría de la gente. Sin embargo, el uso de alcohol 
			y el ser abusado de niño no causa que el abusador sea violento. 
			Declaraciones comunes de culpabilidad contra la víctima normalmente 
			se enfocan al comportamiento de la víctima. Por ejemplo, "Si 
			tuvieras la casa limpia no tendría que haberte pegado," o "Si 
			hubieras hecho la comida a tiempo no tendría que haberte pegado." La 
			meta de esta etapa es abandonar la responsabilidad por su 
			comportamiento. 
			Comportamiento "Normal" 
			Esta es una etapa complicada. Después de que el 
			abusador se violenta, puede convertirse en la persona considerada, 
			encantadora, leal y bondadosa de la quien se enamoró la víctima. 
			Quizás la saque a comer fuera, le compre flores y la convenza que va 
			a cambiar. Si la víctima tiene lastimaduras visibles, ella tendrá 
			que explicar como se las hizo. Esto está diseñado para mantener la 
			"normalidad" de las relaciones. La meta de esta etapa es mantener a 
			la víctima en estas relaciones y aparentar que las relaciones son 
			normales. 
			Fantasía y Planeación 
			Las golpizas son planeadas. En las etapas 
			iniciales, un golpeador tiene fantasías/imágenes mentales de la 
			próxima vez que va a abusar. Durante la etapa de fantasía y 
			planeación, el golpeador es el actor, productor, director y la 
			estrella. Experimenta poder cuando pone la fantasía en acción. La 
			fase de planeación detalla mejor lo que él necesita para abusar a su 
			pareja. 
			La trampa 
			Esto es cuando el golpeador pone su plan en 
			acción. Le pone una trampa a la víctima. 
			 
			Después de pegarle 
			experimenta culpa. Dice, "Siento haberte 
			lastimado." Lo que no dice es, "Porque me pueden descubrir." 
			
			Entonces el razona su comportamiento 
			diciendo que su pareja tiene un amante. Le dice, "Si no fueras una 
			puta inútil no tendría que pegarte." 
			
			Luego tiene fantasías y piensa en abuso 
			pasado y como la volverá a lastimar. Le dice que vaya a comprar el 
			mandado. No le dice que tiene cierto límite de tiempo para hacerlo. 
			Cuando debido al tráfico llega minutos tarde, se siente 
			completamente justificado para asaltarla porque "el empleado de la 
			tienda es tu amante." Le ha puesto una 
			trampa. 
			
			
			
			MALTRATO
			
			Del 
			miedo a la denuncia
			
			
			Caen ideologías, caen 
			sistemas, caen estructuras, pero en cambio se mantienen principios 
			de desigualdad sobre los que se articulan incluso las sociedades más 
			avanzadas. El trato discriminatorio a la mujer persiste en ámbitos 
			como el laboral o el económico y parece que fuera desapareciendo de 
			otros, como el educativo. Cuando una mujer es golpeada física o 
			psicológicamente en su círculo más cercano, aparece, como en un 
			espejo, la imagen misma de lo que nuestra sociedad sigue siendo.
			
			El rol social que se 
			atribuye a la mujer la convierte en víctima de una violencia 
			específica que, aunque la conocemos por doméstica, es el más 
			evidente ejemplo de violencia de género. 
			El poder y el dominio se 
			consideran valores positivos, aún más en nuestras sociedades 
			competitivas, y esos atributos continúan siendo intrínsecos a la 
			virilidad. Estos “valores” fundamentan estructuras de desigualdad, y 
			un medio para alcanzarlos, demostrarlos o defenderlos es la 
			agresión. 
			Los médicos forenses, 
			Miguel y José Antonio Llorens Acosta, sostienen que a lo largo de la 
			Historia las agresiones masculinas han sido una demostración de 
			autoridad y superioridad que las mujeres aguantaban como “pago” a la 
			protección que el hombre les ofrecía. Todavía hoy en muchos casos, 
			el hombre representa esa protección y esa seguridad, sobre todo 
			económica, pero debería haberse superado la primitiva moneda del 
			maltrato. 
			La violencia doméstica no 
			se da únicamente entre mujeres dependientes, con poca formación o 
			bajo nivel cultural; jóvenes universitarias o mujeres de clase media 
			y alta son también objeto de este tipo de agresiones, aunque sus 
			posibilidades personales y económicas hacen que no se prolongue en 
			el tiempo. Un estudio del profesor José Antonio Carrobles entre 
			estudiantes universitarias revelaba que el 7% había sido víctima de 
			alguna agresión de carácter sexual... lo preocupante es que el 17% 
			de sus compañeros encontraba alguna justificación a la agresión. 
			Datos como éste son una prueba de que queda mucha tarea educativa y 
			de sensibilización para acabar con la violencia de género.
			
			Un problema social 
			Hasta 1998 no se percibía 
			en la opinión pública la convicción de que la violencia doméstica 
			era una cuestión social y una señal de alarma ante una realidad que 
			concernía a todos. El caso del asesinato de Ana Orantes a manos de 
			su marido tenía todos los componentes de gran titular: quemada viva 
			tras años de palizas y con unos hijos que repudiaban al agresor. Las 
			organizaciones de mujeres, desde su aparición, han trabajado por que 
			todos los ciudadanos se conciencien de la lacra que supone la 
			violencia doméstica —“terrorismo doméstico”, como ellas prefieren 
			llamarlo— pero bastaron unas imágenes en televisión para que sus 
			reivindicaciones empezaran a ser escuchadas. Desde entonces ha 
			pasado de ser un asunto privado, que sólo concierne a la pareja, a 
			un problema social, que también compete a las autoridades.
			
			Ese mismo año se aprobó el 
			primer Plan de Acción contra la Violencia Doméstica, con medidas que 
			se prolongaban hasta el presente año 2000. Desde entonces se han 
			invertido algo más de 4.700 millones de pesetas en campañas 
			publicitarias, cursos de formación o casas de acogida. Un total de 
			70 Organizaciones No Gubernamentales han recibido subvenciones para 
			desarrollar programas que combatan la violencia doméstica. Pero el 
			número de mujeres asesinadas por sus parejas continúa aumentando. En 
			1998 un total de 35 mujeres murieron a manos de sus cónyuges, en el 
			99 el número ascenció a 42, y por lo menos a 30 en lo que va de año.
			
			Uno de los principales 
			logros, según las asociaciones, es el creciente número de denuncias 
			—que han aumentado un 6,5% con respecto al año 99— ya que podría 
			afirmarse que los malos tratos son en realidad un problema oculto: 
			se calcula que el 95% de las agresiones no se denuncia. Uno de los 
			principales retos es acabar con el sistema que otorga impunidad al 
			agresor, para que la mujer perciba que la denuncia puede ser el 
			principio del fin.  Fundamentalmente, las críticas se centran en la 
			aplicación de la legislación y en los defectos de fondo y de forma 
			durante el proceso que colocan a la mujer en una situación de total 
			indefensión. 
			Respuesta penal insuficiente
			
			La mayoría de los 
			colectivos que trabajan para acabar con el maltrato hacia la mujer 
			coinciden en señalar que la legislación es clara y suficiente, 
			aunque siempre podría mejorarse. La Asociación de Mujeres Juristas 
			Themis estudió la respuesta penal a la violencia familiar mediante 
			el análisis de casi 2.500 expedientes judiciales.Una de sus 
			principales conclusiones es que en más de la mitad de los casos las 
			mujeres desisten de continuar los procesos por la falta de 
			mecanismos judiciales de apoyo y protección. Resulta además muy 
			sorprendente que el 51% de las sentencias que se pronunciaron fueran 
			absolutorias y tan sólo en el 18% el agresor fue condenado.
			
			Otra constante es la falta 
			de rigurosidad de los jueces, ya que en la mayoría de los casos se 
			imponen las penas mínimas y sólo se actúa con contundencia si se 
			producen resultados de muerte, nunca en prevención de los mismos. 
			Pero como denuncia Themis, la sanción penal de la violencia familiar 
			no es cuestión de “mayor severidad en las sanciones, sino 
			fundamentalmente de voluntad real de aplicación legal de la normas 
			existentes”. 
			Ana Mª Pérez del Campo, 
			fundadora de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, ha 
			afirmado que las víctimas de malos tratos prefieren que su caso sea 
			juzgado por un hombre en lugar de una mujer, ya que las juezas, 
			quizás por temor a que se les acuse de feministas, suelen ser más 
			benévolas con el agresor. 
			En cualquier caso, también 
			existen ejemplos laudatorios: el juez Santiago Vidal de la Audiencia 
			de Barcelona, consideró un caso de maltrato en el hogar como delito 
			contra la integridad de las personas, recogido en el capítulo del 
			Código Penal dedicado a las torturas —hasta ahora sólo se había 
			aplicado en casos de violencia policial—. Esta sentencia sienta un 
			precedente y abre la posibilidad de luchar de manera más decidida 
			contra la violencia doméstica. El agresor fue condenado a 29 años de 
			prisión. 
			Síndrome de Estocolmo doméstico
			
			A pesar de las 
			dificultades y del miedo hay que romper el silencio. El silencio 
			siempre es un obstáculo y una de las principales trabas que tiene la 
			mujer para acabar con él es ella misma. Reconocerse como víctima y 
			“traicionar” al que ha sido su compañero, asumir el juicio social, 
			sentirse responsable de las agresiones, la falta de perspectivas 
			personales y económicas… son factores psicológicos y sociales que 
			perpetúan la lacra de la violencia doméstica. 
			La macroencuesta realizada 
			en marzo por el Instituto de la Mujer revela que el 12,5% de las 
			mujeres maltratadas no se reconoce como tal. ¿Mecanismo de defensa o 
			interiorización de unos roles impuestos? Según Andrés Montero, 
			Presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia, la 
			definición misma de maltrato no es unívoca y depende de tantos 
			factores que para muchas mujeres los insultos no son agresiones... 
			para otras muchas, un bofetón, tampoco. 
			La mayoría de las que 
			sufren maltrato están inmersas en una maraña de comportamientos para 
			poder aguantar el infierno de la convivencia. Muchas no soportan 
			esta situación y acaban tomando la opción del suicidio... las cifras 
			sobre muertes por malos tratos nunca contabilizan los datos de 
			suicidios. 
			Los síntomas depresivos 
			que padecen estas mujeres se manifiestan fundamentalmente mediante 
			la apatía, la pérdida de esperanza y la sensación de culpabilidad.
			
			El informe La violencia 
			doméstica contra las mujeres elaborado por el Defensor del Pueblo en 
			1998, insiste en el arraigo entre muchas mujeres de lo que denomina 
			“el amor romántico”, que con su carga de altruismo, sacrificio, 
			abnegación y entrega, refuerzan la actitud de sumisión.Consideran un 
			fracaso la separación porque después de tanto esfuerzo no han 
			conseguido salvar su relación. 
			Asumen el sufrimiento como 
			un desafio, como si ellas pudieran cambiar la situación, cambiarle a 
			él. Echan la culpa de la irritabilidad de sus compañeros a factores 
			externos como la falta de trabajo, los problemas, e incluso llegan a 
			culpabilizarse a sí mismas. Encuentran cualquier argumento para 
			justificar a su pareja; en el 45% de las denuncias, la mujer argüía 
			el alcoholismo del hombre como causa desencadenante de la agresión, 
			cuando está demostrado que el porcentaje de agresiones que se 
			producen bajo los efectos del alcohol es muy reducido. 
			La ausencia de unas redes 
			sociales sólidas hacen que su mundo sea su compañero, que los 
			proyectos de él sean los suyos propios y que todo se reduzca a él.
			
			Pero ¿cómo se explica que 
			una mujer pueda soportar durante años malos tratos brutales (más del 
			70% convive con el agresor más de cinco años)? ¿Por qué no sólo no 
			los rechaza sino que encuentra justificaciones? Dar una explicación 
			a estas reacciones paradójicas es uno de los objetivos de Andrés 
			Montero. Este experto ha desarrollado un modelo teórico denominado 
			Síndrome de Estocolmo doméstico que describe como “un vínculo 
			interpersonal de protección, constituído entre la víctima y el 
			agresor, en el marco de un ambiente traumático y de restricción 
			estimular, a través de la inducción en la víctima de un modelo 
			mental”. Ella desarrolla el síndrome para proteger su propia 
			integridad psicológica y, para adaptarse al trauma, suspende su 
			juicio crítico. Esta podría ser una sólida explicación para que las 
			mujeres maltratadas desarrollen ese efecto paradójico por el que 
			defienden a sus compañeros, como si la conducta agresiva que 
			desarrollan fuera el producto de una sociedad injusta y fueran ellos 
			las víctimas de un entorno violento que les empuja irremediablemente 
			a ser violentos. 
			El Síndrome de Estocolmo 
			doméstico viene determinado por una serie de cambios y adaptaciones 
			que se dan a través de un proceso en el que se reconocen cuatro 
			fases. En la fase desencadenante, los primeros malos tratos rompen 
			el espacio de seguridad que debería ser la pareja, donde la mujer ha 
			depositado su confianza y expectativas. Esto desencadenaría 
			desorientación, pérdida de referentes, llegando incluso a la 
			depresión. En la denominada fase de reorientación, la mujer busca 
			nuevos referentes pero sus redes sociales están ya muy mermadas, se 
			encuentra sola, generalmente posee exclusivamente el apoyo de la 
			familia. Con su percepción de la realidad ya desvirtuada, se 
			autoinculpa de la situación y entra en un estado de indefensión y 
			resistencia pasiva, llegando así a una fase de afrontamiento, donde 
			asume el modelo mental de su compañero, tratando de manejar la 
			situación traumática. En la última fase, de adaptación, la mujer 
			proyecta la culpa hacia otros, hacia el exterior, y el Síndrome de 
			Estocolmo doméstico se consolida a través de un proceso de 
			identificación. 
			Esta explicación teórica 
			intenta describir un proceso e identificar sus causas para lograr el 
			objetivo último de trabajar con mujeres maltratadas y conseguir que 
			escapen del entorno violento en el que viven, pero también de esa 
			cárcel en que se ha convertido su mente. 
			Etapas de la violencia
			
			La violencia es un 
			círculo: cuanto más se consiente, más difícil es repudiarla. La 
			violencia hacia las mujeres es un proceso que, aunque depende de los 
			factores biológicos, sociales o culturales de cada persona y de cada 
			pareja, presenta etapas comunes. 
			Al principio la tensión es la 
			característica del hombre maltratador, se muestra irritable y no 
			reconoce su enfado por lo que su compañera no logra comunicarse con 
			él, lo que provoca en ella un sentimiento de frustración. Todo 
			comienza con sutiles menosprecios, ira contenida, fría indiferencia, 
			sarcasmos, largos silencios. A la mujer se le repite el mensaje de 
			que su percepción de la realidad es incorrecta por lo que ella 
			empieza a preguntarse qué es lo que hace mal y comienza a 
			culpabilizarse de lo que sucede. 
			A este primer estadio de 
			acumulación de tensión le sucede la fase de explosión violenta 
			marcada por la pérdida total del control y el comienzo de las 
			agresiones mediante insultos, frases hirientes, golpes y/o abusos 
			sexuales. La mujer es incapaz de reaccionar, está paralizada por el 
			dolor o por la dificultad de encontrar una respuesta a estas 
			actitudes. Está viviendo una indefensión aprendida. 
			Durante la mal llamada 
			etapa de “luna de miel”, el agresor se arrepiente de su actitud, 
			promete no volver a hacerlo, cambia para contentarla y durante un 
			tiempo se comporta como ella espera. La mujer entonces se siente 
			reforzada, cree, erróneamente, que ha logrado que su compañero 
			comprenda, siente que cuenta en la relación. A esta falsa ilusión 
			sigue un nuevo ciclo de tensiones en el momento en que el hombre 
			considera que está perdiendo el control sobre ella. 
			Del abuso verbal en un 90% 
			de los casos se pasa a la violencia física... pero el abuso verbal 
			también es maltrato. Tan traumática puede ser una agresión física 
			como un continuo maltrato psicológico. La violencia psíquica es 
			cualquier acto o conducta intencionada que produce desvaloraciones, 
			sufrimientos o agresión psicológica y puede ser a través de 
			insultos, vejaciones, crueldad mental, gritos, desprecio, 
			intolerancia, humillación en público, castigo, muestras de 
			desafecto, amenazas, subestimación... Según sostiene el informe del 
			Defensor del Pueblo, “es frecuente que se den comportamientos de 
			maltrato psicológico y que socialmente sean aceptados y entren 
			dentro de los límites de la “normalidad”. 
			Hay además otra forma de 
			maltrato, el abuso sexual, que según la Asociación de Mujeres contra 
			la Violación padecen una de cada siete mujeres casadas. La violación 
			dentro del matrimonio ha sido un asunto muy controvertido y aún hoy 
			alguna sentencia considera atenuante la relación de matrimonio entre 
			la víctima y el agresor. El abuso sexual es cualquier contacto 
			realizado contra la voluntad de la mujer, no tiene por qué ir 
			asociado a agresiones físicas, basta con que se produzca sin el 
			consentimiento de ella. Muchas de las mujeres que denuncian malos 
			tratos omiten el hecho de que durante años han soportado relaciones 
			sexuales sin desearlas. En ello influye el hecho de que se tiende a 
			minimizar este tipo de violencia dentro de la pareja y de que entre 
			mujeres que han recibido una educación más tradicional está 
			extendida la falsa idea de que los hombres tienen mayores 
			“necesidades”, y que han de satisfacerlas a su manera. Se parte 
			entonces de prejuicios culturales según los cuales la violación es 
			un acto que sólo se produce entre personas desconocidas, nunca entre 
			marido y mujer. 
			Educación y prevención
			
			La violencia no es un 
			instinto, no es un reflejo ni tampoco una conducta necesaria para la 
			supervivencia. Como afirma el informe del Defensor del Pueblo “La 
			violencia se aprende. Se aprende observando cómo los padres, los 
			hermanos mayores o los vecinos se relacionan”. Lo cierto es que los 
			estudios sobre violencia doméstica establecen la característica 
			común de que tanto víctimas como agresores asumen con mayor 
			permisividad la violencia porque crecieron en un entorno en el que 
			ésta era una forma común de expresarse. La mayor parte de las 
			mujeres maltratadas tuvieron experiencias negativas en su familia: 
			sufrieron la violencia de sus padres o fueron testigo del 
			sufrimiento de una madre maltratada, así, adquirieron un rol pasivo 
			de sumisión y sometimiento. Están pues habituadas a este tipo de 
			conducta por lo que han desarrollado una desvalorización de su 
			persona y se han adaptado a un continuo maltrato. En cuanto a los 
			maltratadores, igualmente proceden, en su mayoría, de familias donde 
			existían los malos tratos y han interiorizado la violencia como un 
			instrumento de poder. 
			Los psicólogos consideran 
			que los modelos se repiten, perpetuándose el denominado “ciclo de 
			violencia” por el que niñas maltratadas y niños maltratados o 
			testigo del maltrato, acaban convirtiéndose en maltratadores. De 
			esta manera, los modelos familiares y los roles sexuales 
			transmitidos en la educación más primaria del individuo, tienen 
			mucha más influencia que la educación recibida posteriormente.
			
			Para lograr la 
			erradicación de los malos tratos es fundamental acabar con los 
			estereotipos del dominio del hombre, que se siente con el derecho de 
			que su compañera y sus hijos le rindan obediencia, lealtad y respeto 
			incondicional. Lograr que se asuman plenamente las relaciones de 
			igualdad, con el respeto a la persona, independientemente de su 
			sexo, es fundamental para trabajar en prevención. 
			La prevención a través de 
			la educación es una de las reivindicaciones del colectivo de mujeres 
			que trabajan con las víctimas del maltrato doméstico. El ya 
			mencionado Plan de Acción destinó a educación y formación (donde 
			también se incluyen cursos a profesionales de todos los ámbitos, 
			educadores pero también policías) un total de 213 millones de 
			pesetas mientras que en el área de sensibilización, que incluye 
			medidas para que la sociedad se conciencie, se han invertido 394 
			millones. 
			Inculcar valores de igualdad, 
			de respeto, de tolerancia, educar en la no violencia, transmitir 
			modelos donde la comunicación sea la palabra y no la agresión... son 
			los pasos necesarios para erradicar esta flagrante violación de los 
			Derechos Humanos más básicos. 
			
			
			La sección de Mujeres de 
			la Confederación de Asociaciones de Vecinos de España (CAVE) trabaja 
			con mucho ahínco para acabar con la violencia doméstica desde un 
			ámbito más cercano. Por ello ha editado material sencillo que 
			distribuye entre los grupos vecinales instando a la denuncia, e 
			incluso han formado un cuerpo de mediadoras sociales, que cuenta con 
			el apoyo del Ministerio de Asuntos Sociales. 
			Para CAVE, la sociedad 
			sigue manteniendo una serie de mitos y mentiras con los que hay que 
			acabar para afrontar el problema de los malos tratos en el hogar.
			
			EL MALTRATO ES UN HECHO 
			AISLADO. Nada más lejos de la realidad, al creciente número de 
			denuncias hay que sumar la espeluznante cifra de muertes. Las 
			organizaciones denuncian que cada semana una mujer es asesinada por 
			su pareja. 
			A LAS MUJERES NO LES 
			IMPORTA, SI NO SE MARCHARÍAN. La falta de recursos económicos y de 
			apoyos, el miedo a las amenazas o a la pérdida de los hijos son sólo 
			algunos de los factores que fuerzan a las mujeres a soportar durante 
			años el maltrato. 
			OCURRE EN FAMILIAS DE 
			BAJOS INGRESOS Y BAJO NIVEL CULTURAL. Afecta a mujeres de toda 
			condición independientemente del estatus económico o social. Lo que 
			es cierto es que las de mayores posibilidades aguantan durante menos 
			tiempo una situación de maltrato. 
			LAS AGRESIONES FÍSICAS SON 
			MÁS PELIGROSAS QUE LAS PSÍQUICAS. Las agresiones psíquicas pueden 
			tener mayor riesgo ya que la mujer pierde su autoestima y capacidad 
			para decidir por sí misma. 
			SON INCIDENTES DERIVADOS 
			DE UNA PÉRDIDA DE CONTROL MOMENTÁNEa. La violencia no es producto de 
			un problema ocasional, ya que una vez solventados los obstáculos no 
			desaparece. 
			ES UN ASUNTO QUE NO DEBE 
			DIFUNDIRSE. Es necesario romper con la falsa idea de que como ocurre 
			dentro de un hogar es un asunto íntimo y privado. Su origen no es un 
			problema familiar sino una cuestión de dominio del hombre frente a 
			la mujer. 
			ES MEJOR QUE AGUANTEN SI 
			TIENEN HIJOS. Por el contrario, si la pareja tiene hijos han de 
			alejarse del maltratador ya que probablemente acabe abusando también 
			de ellos. Una educación en un ambiente violento conduce a 
			interiorizar la violencia como instrumento de la vida cotidiana.
			
			EL AGRESOR ES UN ENFERMO Y 
			NO ES RESPONSABLE DE LO QUE HACE. El alcohol y otras sustancias 
			actúan como desinhibidores, como excusa del agresor y como elemento 
			para justificar su violencia, pero en ningún caso es una causa.
			
			LA MUJER ES LA QUE PROVOCA 
			LA AGRESIÓN. La mujer no provoca ninguna de las agresiones; de 
			cualquier manera nunca está justificado el uso de la violencia.
			
			
			
			
			Seguridad personal con una persona abusiva
			Estas sugerencias 
			son una recopilación de los distintos planes de seguridad creados 
			por coliciones estatales de violencia familiar en el país. El 
			seguimiento de estas sugerencias no garantiza la seguridad, pero 
			puede mejorar su situación de seguridad.