El Ciclo de Violencia Doméstica
La violencia doméstica puede parecer inesperada,
simplemente una explosión relacionada a ese momento y a las
circunstancias en la vida de las gentes a quienes concierne. De
hecho, sin embargo, la violencia doméstica sigue un modelo típico no
importa cuando ocurre o quien está envuelto. El modelo/ciclo se
repite; cada vez el nivel de violencia aumenta. En cada etapa del
ciclo, el abusador está en pleno control de sí mismo y está
trabajando para controlar y debilitar aún más a la víctima.
El entender el ciclo de violencia y como piensa el
abusador ayuda a los sobrevivientes a reconocer que ellos no tienen
la culpa por la violencia que sufren y que el abusador es el
responsable.
Seis etapas distintas forman el ciclo de
violencia: la trampa, el abuso, los sentimientos de "culpabilidad"
del abusador y su temor a la venganza., su razonamiento, su cambio a
comportamiento no abusivo o hasta muy bueno, y sus fantasias y
planes para el próximo episodio de abuso.
Abuso
El abuso puede ser emocional, físico sexual y
social (por favor vea los Modelos de Abuso).
Culpabilidad
Una persona que no es abusiva experimenta
culpabilidad de una manera muy diferente a una persona abusiva. Una
persona que no es abusiva experimenta culpabilidad hacia la víctima
(culpabilidad dirigida a la víctima). Un abusador experimenta
culpabilidad dirigida a sí mismo. No se siente culpable o se lamenta
por lastimar a la víctima. Quizás se disculpe por su comportamiento,
pero su disculpa está diseñada para que él no tenga que enfrentarse
a las consecuencias o se le halle responsable. La meta de la etapa
de culpabilidad es asegurarse que no lo van a agarrar y no tener que
encararse a las consecuencias.
Razonamiento
El abusador se excusa y culpa a la víctima por su
comportamiento. Las excusas comunes normalmente son que el abusador
está borracho o que abusaron de él cuando era niño. Esto tiene
sentido para la mayoría de la gente. Sin embargo, el uso de alcohol
y el ser abusado de niño no causa que el abusador sea violento.
Declaraciones comunes de culpabilidad contra la víctima normalmente
se enfocan al comportamiento de la víctima. Por ejemplo, "Si
tuvieras la casa limpia no tendría que haberte pegado," o "Si
hubieras hecho la comida a tiempo no tendría que haberte pegado." La
meta de esta etapa es abandonar la responsabilidad por su
comportamiento.
Comportamiento "Normal"
Esta es una etapa complicada. Después de que el
abusador se violenta, puede convertirse en la persona considerada,
encantadora, leal y bondadosa de la quien se enamoró la víctima.
Quizás la saque a comer fuera, le compre flores y la convenza que va
a cambiar. Si la víctima tiene lastimaduras visibles, ella tendrá
que explicar como se las hizo. Esto está diseñado para mantener la
"normalidad" de las relaciones. La meta de esta etapa es mantener a
la víctima en estas relaciones y aparentar que las relaciones son
normales.
Fantasía y Planeación
Las golpizas son planeadas. En las etapas
iniciales, un golpeador tiene fantasías/imágenes mentales de la
próxima vez que va a abusar. Durante la etapa de fantasía y
planeación, el golpeador es el actor, productor, director y la
estrella. Experimenta poder cuando pone la fantasía en acción. La
fase de planeación detalla mejor lo que él necesita para abusar a su
pareja.
La trampa
Esto es cuando el golpeador pone su plan en
acción. Le pone una trampa a la víctima.
Después de pegarle
experimenta culpa. Dice, "Siento haberte
lastimado." Lo que no dice es, "Porque me pueden descubrir."
Entonces el razona su comportamiento
diciendo que su pareja tiene un amante. Le dice, "Si no fueras una
puta inútil no tendría que pegarte."
Luego tiene fantasías y piensa en abuso
pasado y como la volverá a lastimar. Le dice que vaya a comprar el
mandado. No le dice que tiene cierto límite de tiempo para hacerlo.
Cuando debido al tráfico llega minutos tarde, se siente
completamente justificado para asaltarla porque "el empleado de la
tienda es tu amante." Le ha puesto una
trampa.
MALTRATO
Del
miedo a la denuncia
Caen ideologías, caen
sistemas, caen estructuras, pero en cambio se mantienen principios
de desigualdad sobre los que se articulan incluso las sociedades más
avanzadas. El trato discriminatorio a la mujer persiste en ámbitos
como el laboral o el económico y parece que fuera desapareciendo de
otros, como el educativo. Cuando una mujer es golpeada física o
psicológicamente en su círculo más cercano, aparece, como en un
espejo, la imagen misma de lo que nuestra sociedad sigue siendo.
El rol social que se
atribuye a la mujer la convierte en víctima de una violencia
específica que, aunque la conocemos por doméstica, es el más
evidente ejemplo de violencia de género.
El poder y el dominio se
consideran valores positivos, aún más en nuestras sociedades
competitivas, y esos atributos continúan siendo intrínsecos a la
virilidad. Estos “valores” fundamentan estructuras de desigualdad, y
un medio para alcanzarlos, demostrarlos o defenderlos es la
agresión.
Los médicos forenses,
Miguel y José Antonio Llorens Acosta, sostienen que a lo largo de la
Historia las agresiones masculinas han sido una demostración de
autoridad y superioridad que las mujeres aguantaban como “pago” a la
protección que el hombre les ofrecía. Todavía hoy en muchos casos,
el hombre representa esa protección y esa seguridad, sobre todo
económica, pero debería haberse superado la primitiva moneda del
maltrato.
La violencia doméstica no
se da únicamente entre mujeres dependientes, con poca formación o
bajo nivel cultural; jóvenes universitarias o mujeres de clase media
y alta son también objeto de este tipo de agresiones, aunque sus
posibilidades personales y económicas hacen que no se prolongue en
el tiempo. Un estudio del profesor José Antonio Carrobles entre
estudiantes universitarias revelaba que el 7% había sido víctima de
alguna agresión de carácter sexual... lo preocupante es que el 17%
de sus compañeros encontraba alguna justificación a la agresión.
Datos como éste son una prueba de que queda mucha tarea educativa y
de sensibilización para acabar con la violencia de género.
Un problema social
Hasta 1998 no se percibía
en la opinión pública la convicción de que la violencia doméstica
era una cuestión social y una señal de alarma ante una realidad que
concernía a todos. El caso del asesinato de Ana Orantes a manos de
su marido tenía todos los componentes de gran titular: quemada viva
tras años de palizas y con unos hijos que repudiaban al agresor. Las
organizaciones de mujeres, desde su aparición, han trabajado por que
todos los ciudadanos se conciencien de la lacra que supone la
violencia doméstica —“terrorismo doméstico”, como ellas prefieren
llamarlo— pero bastaron unas imágenes en televisión para que sus
reivindicaciones empezaran a ser escuchadas. Desde entonces ha
pasado de ser un asunto privado, que sólo concierne a la pareja, a
un problema social, que también compete a las autoridades.
Ese mismo año se aprobó el
primer Plan de Acción contra la Violencia Doméstica, con medidas que
se prolongaban hasta el presente año 2000. Desde entonces se han
invertido algo más de 4.700 millones de pesetas en campañas
publicitarias, cursos de formación o casas de acogida. Un total de
70 Organizaciones No Gubernamentales han recibido subvenciones para
desarrollar programas que combatan la violencia doméstica. Pero el
número de mujeres asesinadas por sus parejas continúa aumentando. En
1998 un total de 35 mujeres murieron a manos de sus cónyuges, en el
99 el número ascenció a 42, y por lo menos a 30 en lo que va de año.
Uno de los principales
logros, según las asociaciones, es el creciente número de denuncias
—que han aumentado un 6,5% con respecto al año 99— ya que podría
afirmarse que los malos tratos son en realidad un problema oculto:
se calcula que el 95% de las agresiones no se denuncia. Uno de los
principales retos es acabar con el sistema que otorga impunidad al
agresor, para que la mujer perciba que la denuncia puede ser el
principio del fin. Fundamentalmente, las críticas se centran en la
aplicación de la legislación y en los defectos de fondo y de forma
durante el proceso que colocan a la mujer en una situación de total
indefensión.
Respuesta penal insuficiente
La mayoría de los
colectivos que trabajan para acabar con el maltrato hacia la mujer
coinciden en señalar que la legislación es clara y suficiente,
aunque siempre podría mejorarse. La Asociación de Mujeres Juristas
Themis estudió la respuesta penal a la violencia familiar mediante
el análisis de casi 2.500 expedientes judiciales.Una de sus
principales conclusiones es que en más de la mitad de los casos las
mujeres desisten de continuar los procesos por la falta de
mecanismos judiciales de apoyo y protección. Resulta además muy
sorprendente que el 51% de las sentencias que se pronunciaron fueran
absolutorias y tan sólo en el 18% el agresor fue condenado.
Otra constante es la falta
de rigurosidad de los jueces, ya que en la mayoría de los casos se
imponen las penas mínimas y sólo se actúa con contundencia si se
producen resultados de muerte, nunca en prevención de los mismos.
Pero como denuncia Themis, la sanción penal de la violencia familiar
no es cuestión de “mayor severidad en las sanciones, sino
fundamentalmente de voluntad real de aplicación legal de la normas
existentes”.
Ana Mª Pérez del Campo,
fundadora de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, ha
afirmado que las víctimas de malos tratos prefieren que su caso sea
juzgado por un hombre en lugar de una mujer, ya que las juezas,
quizás por temor a que se les acuse de feministas, suelen ser más
benévolas con el agresor.
En cualquier caso, también
existen ejemplos laudatorios: el juez Santiago Vidal de la Audiencia
de Barcelona, consideró un caso de maltrato en el hogar como delito
contra la integridad de las personas, recogido en el capítulo del
Código Penal dedicado a las torturas —hasta ahora sólo se había
aplicado en casos de violencia policial—. Esta sentencia sienta un
precedente y abre la posibilidad de luchar de manera más decidida
contra la violencia doméstica. El agresor fue condenado a 29 años de
prisión.
Síndrome de Estocolmo doméstico
A pesar de las
dificultades y del miedo hay que romper el silencio. El silencio
siempre es un obstáculo y una de las principales trabas que tiene la
mujer para acabar con él es ella misma. Reconocerse como víctima y
“traicionar” al que ha sido su compañero, asumir el juicio social,
sentirse responsable de las agresiones, la falta de perspectivas
personales y económicas… son factores psicológicos y sociales que
perpetúan la lacra de la violencia doméstica.
La macroencuesta realizada
en marzo por el Instituto de la Mujer revela que el 12,5% de las
mujeres maltratadas no se reconoce como tal. ¿Mecanismo de defensa o
interiorización de unos roles impuestos? Según Andrés Montero,
Presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia, la
definición misma de maltrato no es unívoca y depende de tantos
factores que para muchas mujeres los insultos no son agresiones...
para otras muchas, un bofetón, tampoco.
La mayoría de las que
sufren maltrato están inmersas en una maraña de comportamientos para
poder aguantar el infierno de la convivencia. Muchas no soportan
esta situación y acaban tomando la opción del suicidio... las cifras
sobre muertes por malos tratos nunca contabilizan los datos de
suicidios.
Los síntomas depresivos
que padecen estas mujeres se manifiestan fundamentalmente mediante
la apatía, la pérdida de esperanza y la sensación de culpabilidad.
El informe La violencia
doméstica contra las mujeres elaborado por el Defensor del Pueblo en
1998, insiste en el arraigo entre muchas mujeres de lo que denomina
“el amor romántico”, que con su carga de altruismo, sacrificio,
abnegación y entrega, refuerzan la actitud de sumisión.Consideran un
fracaso la separación porque después de tanto esfuerzo no han
conseguido salvar su relación.
Asumen el sufrimiento como
un desafio, como si ellas pudieran cambiar la situación, cambiarle a
él. Echan la culpa de la irritabilidad de sus compañeros a factores
externos como la falta de trabajo, los problemas, e incluso llegan a
culpabilizarse a sí mismas. Encuentran cualquier argumento para
justificar a su pareja; en el 45% de las denuncias, la mujer argüía
el alcoholismo del hombre como causa desencadenante de la agresión,
cuando está demostrado que el porcentaje de agresiones que se
producen bajo los efectos del alcohol es muy reducido.
La ausencia de unas redes
sociales sólidas hacen que su mundo sea su compañero, que los
proyectos de él sean los suyos propios y que todo se reduzca a él.
Pero ¿cómo se explica que
una mujer pueda soportar durante años malos tratos brutales (más del
70% convive con el agresor más de cinco años)? ¿Por qué no sólo no
los rechaza sino que encuentra justificaciones? Dar una explicación
a estas reacciones paradójicas es uno de los objetivos de Andrés
Montero. Este experto ha desarrollado un modelo teórico denominado
Síndrome de Estocolmo doméstico que describe como “un vínculo
interpersonal de protección, constituído entre la víctima y el
agresor, en el marco de un ambiente traumático y de restricción
estimular, a través de la inducción en la víctima de un modelo
mental”. Ella desarrolla el síndrome para proteger su propia
integridad psicológica y, para adaptarse al trauma, suspende su
juicio crítico. Esta podría ser una sólida explicación para que las
mujeres maltratadas desarrollen ese efecto paradójico por el que
defienden a sus compañeros, como si la conducta agresiva que
desarrollan fuera el producto de una sociedad injusta y fueran ellos
las víctimas de un entorno violento que les empuja irremediablemente
a ser violentos.
El Síndrome de Estocolmo
doméstico viene determinado por una serie de cambios y adaptaciones
que se dan a través de un proceso en el que se reconocen cuatro
fases. En la fase desencadenante, los primeros malos tratos rompen
el espacio de seguridad que debería ser la pareja, donde la mujer ha
depositado su confianza y expectativas. Esto desencadenaría
desorientación, pérdida de referentes, llegando incluso a la
depresión. En la denominada fase de reorientación, la mujer busca
nuevos referentes pero sus redes sociales están ya muy mermadas, se
encuentra sola, generalmente posee exclusivamente el apoyo de la
familia. Con su percepción de la realidad ya desvirtuada, se
autoinculpa de la situación y entra en un estado de indefensión y
resistencia pasiva, llegando así a una fase de afrontamiento, donde
asume el modelo mental de su compañero, tratando de manejar la
situación traumática. En la última fase, de adaptación, la mujer
proyecta la culpa hacia otros, hacia el exterior, y el Síndrome de
Estocolmo doméstico se consolida a través de un proceso de
identificación.
Esta explicación teórica
intenta describir un proceso e identificar sus causas para lograr el
objetivo último de trabajar con mujeres maltratadas y conseguir que
escapen del entorno violento en el que viven, pero también de esa
cárcel en que se ha convertido su mente.
Etapas de la violencia
La violencia es un
círculo: cuanto más se consiente, más difícil es repudiarla. La
violencia hacia las mujeres es un proceso que, aunque depende de los
factores biológicos, sociales o culturales de cada persona y de cada
pareja, presenta etapas comunes.
Al principio la tensión es la
característica del hombre maltratador, se muestra irritable y no
reconoce su enfado por lo que su compañera no logra comunicarse con
él, lo que provoca en ella un sentimiento de frustración. Todo
comienza con sutiles menosprecios, ira contenida, fría indiferencia,
sarcasmos, largos silencios. A la mujer se le repite el mensaje de
que su percepción de la realidad es incorrecta por lo que ella
empieza a preguntarse qué es lo que hace mal y comienza a
culpabilizarse de lo que sucede.
A este primer estadio de
acumulación de tensión le sucede la fase de explosión violenta
marcada por la pérdida total del control y el comienzo de las
agresiones mediante insultos, frases hirientes, golpes y/o abusos
sexuales. La mujer es incapaz de reaccionar, está paralizada por el
dolor o por la dificultad de encontrar una respuesta a estas
actitudes. Está viviendo una indefensión aprendida.
Durante la mal llamada
etapa de “luna de miel”, el agresor se arrepiente de su actitud,
promete no volver a hacerlo, cambia para contentarla y durante un
tiempo se comporta como ella espera. La mujer entonces se siente
reforzada, cree, erróneamente, que ha logrado que su compañero
comprenda, siente que cuenta en la relación. A esta falsa ilusión
sigue un nuevo ciclo de tensiones en el momento en que el hombre
considera que está perdiendo el control sobre ella.
Del abuso verbal en un 90%
de los casos se pasa a la violencia física... pero el abuso verbal
también es maltrato. Tan traumática puede ser una agresión física
como un continuo maltrato psicológico. La violencia psíquica es
cualquier acto o conducta intencionada que produce desvaloraciones,
sufrimientos o agresión psicológica y puede ser a través de
insultos, vejaciones, crueldad mental, gritos, desprecio,
intolerancia, humillación en público, castigo, muestras de
desafecto, amenazas, subestimación... Según sostiene el informe del
Defensor del Pueblo, “es frecuente que se den comportamientos de
maltrato psicológico y que socialmente sean aceptados y entren
dentro de los límites de la “normalidad”.
Hay además otra forma de
maltrato, el abuso sexual, que según la Asociación de Mujeres contra
la Violación padecen una de cada siete mujeres casadas. La violación
dentro del matrimonio ha sido un asunto muy controvertido y aún hoy
alguna sentencia considera atenuante la relación de matrimonio entre
la víctima y el agresor. El abuso sexual es cualquier contacto
realizado contra la voluntad de la mujer, no tiene por qué ir
asociado a agresiones físicas, basta con que se produzca sin el
consentimiento de ella. Muchas de las mujeres que denuncian malos
tratos omiten el hecho de que durante años han soportado relaciones
sexuales sin desearlas. En ello influye el hecho de que se tiende a
minimizar este tipo de violencia dentro de la pareja y de que entre
mujeres que han recibido una educación más tradicional está
extendida la falsa idea de que los hombres tienen mayores
“necesidades”, y que han de satisfacerlas a su manera. Se parte
entonces de prejuicios culturales según los cuales la violación es
un acto que sólo se produce entre personas desconocidas, nunca entre
marido y mujer.
Educación y prevención
La violencia no es un
instinto, no es un reflejo ni tampoco una conducta necesaria para la
supervivencia. Como afirma el informe del Defensor del Pueblo “La
violencia se aprende. Se aprende observando cómo los padres, los
hermanos mayores o los vecinos se relacionan”. Lo cierto es que los
estudios sobre violencia doméstica establecen la característica
común de que tanto víctimas como agresores asumen con mayor
permisividad la violencia porque crecieron en un entorno en el que
ésta era una forma común de expresarse. La mayor parte de las
mujeres maltratadas tuvieron experiencias negativas en su familia:
sufrieron la violencia de sus padres o fueron testigo del
sufrimiento de una madre maltratada, así, adquirieron un rol pasivo
de sumisión y sometimiento. Están pues habituadas a este tipo de
conducta por lo que han desarrollado una desvalorización de su
persona y se han adaptado a un continuo maltrato. En cuanto a los
maltratadores, igualmente proceden, en su mayoría, de familias donde
existían los malos tratos y han interiorizado la violencia como un
instrumento de poder.
Los psicólogos consideran
que los modelos se repiten, perpetuándose el denominado “ciclo de
violencia” por el que niñas maltratadas y niños maltratados o
testigo del maltrato, acaban convirtiéndose en maltratadores. De
esta manera, los modelos familiares y los roles sexuales
transmitidos en la educación más primaria del individuo, tienen
mucha más influencia que la educación recibida posteriormente.
Para lograr la
erradicación de los malos tratos es fundamental acabar con los
estereotipos del dominio del hombre, que se siente con el derecho de
que su compañera y sus hijos le rindan obediencia, lealtad y respeto
incondicional. Lograr que se asuman plenamente las relaciones de
igualdad, con el respeto a la persona, independientemente de su
sexo, es fundamental para trabajar en prevención.
La prevención a través de
la educación es una de las reivindicaciones del colectivo de mujeres
que trabajan con las víctimas del maltrato doméstico. El ya
mencionado Plan de Acción destinó a educación y formación (donde
también se incluyen cursos a profesionales de todos los ámbitos,
educadores pero también policías) un total de 213 millones de
pesetas mientras que en el área de sensibilización, que incluye
medidas para que la sociedad se conciencie, se han invertido 394
millones.
Inculcar valores de igualdad,
de respeto, de tolerancia, educar en la no violencia, transmitir
modelos donde la comunicación sea la palabra y no la agresión... son
los pasos necesarios para erradicar esta flagrante violación de los
Derechos Humanos más básicos.
La sección de Mujeres de
la Confederación de Asociaciones de Vecinos de España (CAVE) trabaja
con mucho ahínco para acabar con la violencia doméstica desde un
ámbito más cercano. Por ello ha editado material sencillo que
distribuye entre los grupos vecinales instando a la denuncia, e
incluso han formado un cuerpo de mediadoras sociales, que cuenta con
el apoyo del Ministerio de Asuntos Sociales.
Para CAVE, la sociedad
sigue manteniendo una serie de mitos y mentiras con los que hay que
acabar para afrontar el problema de los malos tratos en el hogar.
EL MALTRATO ES UN HECHO
AISLADO. Nada más lejos de la realidad, al creciente número de
denuncias hay que sumar la espeluznante cifra de muertes. Las
organizaciones denuncian que cada semana una mujer es asesinada por
su pareja.
A LAS MUJERES NO LES
IMPORTA, SI NO SE MARCHARÍAN. La falta de recursos económicos y de
apoyos, el miedo a las amenazas o a la pérdida de los hijos son sólo
algunos de los factores que fuerzan a las mujeres a soportar durante
años el maltrato.
OCURRE EN FAMILIAS DE
BAJOS INGRESOS Y BAJO NIVEL CULTURAL. Afecta a mujeres de toda
condición independientemente del estatus económico o social. Lo que
es cierto es que las de mayores posibilidades aguantan durante menos
tiempo una situación de maltrato.
LAS AGRESIONES FÍSICAS SON
MÁS PELIGROSAS QUE LAS PSÍQUICAS. Las agresiones psíquicas pueden
tener mayor riesgo ya que la mujer pierde su autoestima y capacidad
para decidir por sí misma.
SON INCIDENTES DERIVADOS
DE UNA PÉRDIDA DE CONTROL MOMENTÁNEa. La violencia no es producto de
un problema ocasional, ya que una vez solventados los obstáculos no
desaparece.
ES UN ASUNTO QUE NO DEBE
DIFUNDIRSE. Es necesario romper con la falsa idea de que como ocurre
dentro de un hogar es un asunto íntimo y privado. Su origen no es un
problema familiar sino una cuestión de dominio del hombre frente a
la mujer.
ES MEJOR QUE AGUANTEN SI
TIENEN HIJOS. Por el contrario, si la pareja tiene hijos han de
alejarse del maltratador ya que probablemente acabe abusando también
de ellos. Una educación en un ambiente violento conduce a
interiorizar la violencia como instrumento de la vida cotidiana.
EL AGRESOR ES UN ENFERMO Y
NO ES RESPONSABLE DE LO QUE HACE. El alcohol y otras sustancias
actúan como desinhibidores, como excusa del agresor y como elemento
para justificar su violencia, pero en ningún caso es una causa.
LA MUJER ES LA QUE PROVOCA
LA AGRESIÓN. La mujer no provoca ninguna de las agresiones; de
cualquier manera nunca está justificado el uso de la violencia.
Seguridad personal con una persona abusiva
Estas sugerencias
son una recopilación de los distintos planes de seguridad creados
por coliciones estatales de violencia familiar en el país. El
seguimiento de estas sugerencias no garantiza la seguridad, pero
puede mejorar su situación de seguridad.